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Mansos y humildes los unos con los otros


La comunidad de fe no se sostiene, ni progresa a través de la adulación.

Ignacio Simal, pastor de Betel – Sant Pau, IEE - “Dios es testigo, y bien lo sabéis, de que jamás nos hemos valido de palabras aduladoras, ni hemos buscado astutamente el provecho propio. Como tampoco hemos buscado glorias humanas, ni de vosotros ni de nadie. Y aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos habernos presentado con todo el peso de la autoridad, preferimos comportarnos entre vosotros con dulzura, como una madre que cuida de sus hijos” (1 Tes. 2:5-7 BTI)

La comunidad de fe no se sostiene, ni progresa a través de la adulación. La adulación puede encubrir oscuras motivaciones en los que la utilizan por costumbre, como el provecho propio o la consecución de pequeñas o grandes glorias humanas en medio de las iglesias.

Es más, la adulación puede hacer creer a los que de forma continua la reciben, que han llegado a metas soñadas pero todavía no alcanzadas. Ello procura vivir en un engaño que nos conducirá a medio plazo a la muerte comunitaria. Algo que debemos evitar a toda costa.

Ahora bien, ello no significa no decir palabras amables, o reconocer el mérito -un mérito anclado en la gracia de Dios- cuando este exista. Buen ejemplo de ello son los inicios, por ejemplo, de las cartas que conforman el epistolario paulino.

Por otra parte también debemos rechazar apelar a la autoridad espiritual para imponer, y reprender inmisericordemente a nuestros hermanos. La acritud, la aspereza y la ira, aunque estén ancladas en la verdad, no construyen el mundo nuevo de Dios.

Más bien al contrario, hay que decir la verdad, sí, pero a través de los canales del amor y la dulzura. Debemos recuperar, si se me permite, la figura de la madre que corrige y alienta con cariño a sus hijos. Madre que es flexible cuando es necesario, y que expresa la verdad incómoda cuando es preciso. Pero reitero, que el mejor camino para hacer esto último es el amor lleno de dulzura de los unos para con los otros. ¡Cuánto ganaríamos con ello!

Es nocivo -los expertos lo confirman- acordarnos los unos de los otros solamente cuando necesitamos ser corregidos. Mala madre, mal padre son aquellos que preferentemente se acuerdan de sus hijos cuando cometen algún error, y no para animarles y decirles ¡bien hecho! ¡Sigue adelante!

Por todo ello, preferimos -con el apóstol Pablo- comportarnos con nuestros hermanos y hermanas con dulzura, como una madre que cuida de sus hijos. Debemos recordar la palabras de Jesús de Nazaret cuando afirmó que son “bienaventurados los mansos” (Mat. 5:5 RVR1960), así como aquellas que dijo de sí mismo cuando expresó, “llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:29 RVR1960). Y añado, no solamente hallaremos descanso para nuestras almas al llevar el yugo de Jesús sobe nosotros, e imitarlo en su mansedumbre y humildad de corazón, sino, de hacerlo, también descansaran las almas de los que nos rodean.

Señor, recrea en nosotros un corazón manso y humilde a fin de ser dulces los unos con los otros, y glorificar así tu nombre en medio de los pueblos. Amén

Soli Deo Gloria

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