¿Qué significa para mi ser cristiano, hoy?
¿Qué significa para mi ser cristiano, hoy?
En primer lugar, dar un fraternal saludo a los lectores de La Luz Digital, ahora dirigida por mi estimado hermano y amigo Javier Otaola. En segundo lugar, intentar dar cumplimiento a su sugerencia en cuanto a qué significa para mi ser cristiano, hoy, y a ello me dispongo, esperando de los lectores su comprensión hacia este artículo, teniendo en cuenta que les hablo desde Sevilla, en la cual tenemos la presencia y presión constante de la poderosa institución Católica Romana, llamada antaño “La reserva espiritual de Europa” ¿les suena a algunos?
Hace algunos años, el mismo Javier Otaola, en un muy buen artículo suyo, hacía referencia al pseudo cristianismo de Sevilla en Semana Santa, después de una visita a esta ciudad en esa primavera, que tituló: “Ética y estética de la Semana Santa sevillana”, en el cual glosó la siguiente opinión:
“La Semana Santa sevillana no es una experiencia fácil para explicar e integrar en el cuadro simbólico y conceptual del secularismo contemporáneo, incita a una sociabilidad que puede ser vana y supersticiosa, y fácilmente la podemos juzgar como simple folclore. Tampoco se acomoda al gusto de una conciencia protestante de natural iconoclasta. Sin embargo, la magia y la belleza de Sevilla en semana santa pueden lograr lo que aparentemente no es posible.”
Debemos por ende tener en cuenta, que en Sevilla se enseñorea desde 1568 el Giraldillo, año en la que fue realizada esta estatua de bronce que corona la Giralda, y que desde entonces recibió los nombres de “Fe, triunfo de la iglesia, Coloso de la fe victoriosa o Alegoría de la fortaleza de la Fe”, -católico-romana, por supuesto-, y también, que hasta no hace muchos años, existía una ley -no escrita, pero de obligado cumplimiento- que prohibía cualquier tipo de construcción que superara la altura de ciento un metros que posee esta famosa torre almohade, construida en el siglo XII con este mencionado añadido cristiano, más el cuerpo del campanario, al objeto que esta veleta fuera el “faro-vigía” que dominara desde su altura toda la extensión de la capital hispalense, y la protegiera de todo mal bajo la influencia de Santa María –Madre-, y nombre de la Sede de la Catedral de Sevilla, adosada a esta torre.
Yo como comentario a la glosa de mi querido amigo Javier, con el título de “El grano entre la cizaña”, le respondía lo siguiente:
Un servidor, que en su vida ha caminado por distintos “valles”, sevillano; para más señas de Triana, barrio que une, “sin solución de continuidad y de por vida” a payos y gitanos, a ricos y pobres…, y representativo del arte, del folclore y de la “sevillanía”, he tenido la oportunidad de crecer rodeado de iglesias renombradas, sobre todo por las filiaciones de las distintas Hermandades que las ocupan, y no precisamente por las predicaciones de sus párrocos o por el ejemplo cristiano de sus feligreses. He vivido de todo, pero el conjunto de mis vivencias vecinales y mi crianza netamente de formación protestante-reformada, han conformado lo que soy, lo que pienso, lo que creo…
Y a ello me dispongo a fecha de hoy, terminando ya 2017 rememorando las palabras del periodista sevillano Alberto García Reyes: «(…) y ante Dios, cuando Dios quiera, mis dos palabras postreras serán, Sevilla y amén»
En esta Sevilla mía, amada y reverenciada desde lo más profundo de mi alma, nací en 1957, -o sea que ya campo en los sesenta años, de experiencia- en el seno de una familia Reformada Episcopal de ascendencia anglicana, y como expreso en el comentario al escrito de Javier, he conocido casi de todo en lo referente al cristianismo de mi ciudad, que, en una parte muy importante, unida a mi formación “disidente”, y como expreso al final de él, ha conformado lo que soy, lo que pienso, lo que creo.
Después de haber experimentado en mi vida las enormes diferencias entre el cristianismo popular sevillano, y mi formación anglicana, he tenido la oportunidad, -que desafortunadamente otros no han podido disfrutar- de profundizar, aún con más fuerza si cabe, en aquello que desde pequeño me diferenciaba, y que con el tiempo he ido aprendiendo a interiorizar, y me ha animado a seguir buscando.
Un día, al fin, con casi treinta años, encontré el verdadero sentido de todo aquello aprendido desde la niñez. Ese camino emprendido, a diferencia de otros, me condujo al verdadero conocimiento de Dios, pero no solo a eso; cualquier estudioso, cualquier teólogo, cualquier interesado lo puede conocer, no, el verdadero sentido de mi vida como cristiano fue experimentarlo. Fue a partir de ahí que mi compromiso con Él y con su Iglesia fue ya legítimo y profundo; fue a partir de ahí que comprendí el verdadero Amor que Él tiene por mí, sellado en la Cruz por Su Hijo, y Su Promesa de Salvación eterna, a través de Su resurrección.
Este descubrimiento trascendental, que todo aquel que busca debe de experimentar, no tuvo absolutamente nada que ver con lo conocido por mí del pseudo cristianismo sevillano primaveral de las calles oliendo a azahar, cera quemada crepitando en las velas e incienso.
Con el tiempo he ido conociendo más de lo mío unido a otras espiritualidades, cristianas, casi cristianas, ortodoxas, humanistas…, quizá más personales, quizá más o menos influenciadas, quizá más o menos razonadas, que me han ido dando una perspectiva personal más realista de mi fe comparada, y reconozco que también me han obligado a razonar aún más, si cabe, mi propia perspectiva de fe, hasta el punto, que ahora, reconozco que pocas cosas ya pueden influir, que puedan afectar en un mayor grado a mi fe razonada actual.
¿Qué significa para mí ser cristiano, hoy? Es la pregunta objeto de este escrito, que resumiéndola en un solo párrafo es:
“La experiencia más trascendente y enriquecedora que yo he podido experimentar en mi vida, por la cual, solo aceptando a Cristo en mi corazón, he recibido el regalo de esperanza de vida más allá de la muerte, pero aún más, me ha hecho comprender que esa Gracia regalada es necesario acompañarla por mi parte de misericordia y amor por mis semejantes al igual que Dios ha hecho por mí. Y aún más, me regala la presencia del Espíritu de Dios en mi vida terrenal, que me acompaña en este tránsito y me dirige en mi camino”
Este resumen no es ni más ni menos que solo un título. Comprendiendo esta realidad, mi vida se ha llenado de amor incondicional por mi prójimo, que me obliga a comprender, acompañar y actuar con misericordia sobre la crudeza de nuestra sociedad, más allá de estereotipos, clases, razas o condiciones humanas, actuando como verdadero seguidor de Cristo, o por menos procurándolo, sobre aquello que esta realidad actual me demanda como cristiano.
¿Y por qué he llegado a este convencimiento? Lo resumo en tres grandes textos que me han hecho comprender cual es la misión que mi Dios me/nos demanda en la actualidad, en esta, a veces cruda realidad del siglo veintiuno:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Mateo 22:37-40”
Y porque he comprendido que debo obedecer este mandato procuro aplicar en mi vida este otro mandato:
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; Marcos 16:15-16”, procurando que a aquellos a los que amo, como criaturas de Dios, y por ende mis hermanos, no les suceda lo que sigue en el versículo 16, que el que “no creyere, será condenado”
También, al mismo tiempo, trabajo para desarrollar mis dones como se expresa en Su parábola de Los Talentos: “Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Mateo 25:23, persiguiendo la promesa de: “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más…” Mateo 25:29. Y por esto tengo la intención que no le suceda a mis semejantes lo que sigue, que: “Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes”.
En definitiva, ser cristiano hoy para mí significa estar comprometido con Dios en extender Su Plan salvífico al tiempo que hago comprender a mi sociedad que este compromiso lo he adquirido para estar al lado de MI PRÓJIMO y usar de la misericordia con él a través de Dios. He comprendido que mi prójimo no es solo el de mi condición, no es solo el que piensa como yo. Dios nos habla en el Antiguo Testamento, Jesús nos dice que Él no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla en espíritu y en verdad, y El Espíritu Santo nos dirige en el devenir de los siglos, adaptando La Palabra a las exigencias de los nuevos tiempos, para que Su Voluntad para con nosotros no se convierta en palabra antigua, sino que ese dinamismo que imprime Su Espíritu sirva a esta y a futuras generaciones para Gloria de Su Nombre, proclamando que DIOS VIVE.
No es fácil, pero tampoco ha sido un tránsito angosto que haya provocado mermas. Más bien, cuando uno camina en esa senda siente paz y las cargas aunque no desaparecen son más livianas. La benevolencia de Dios me ha sido mostrada muchas veces en mi vida, por eso cuando he andado en valles de sombra de muerte, Él ha estado y seguirá estando conmigo, Salmo 23, y esa percepción me da tranquilidad y esperanza en el futuro.
Hoy estoy agradecido a Dios por haberme mostrado Su Rostro. Sí, ven, Señor Jesús.