El Anti-Nietzsche
Una reciente película dedicada a Lou Andreas Salomé, escritora, filósofa y psicoanalista rusa que fascinó a intelectuales tan famosos de su época como Paul Rée, Rainer Maria Rilke o Sigmund Freud y que fue el amor imposible de Federico Nietzsche, nos ha vuelto a llamar la atención sobre el trágico destino del filósofo, aquél que profetizó la postmodernidad al proclamar solemnemente la muerte de Dios. Nietzsche no filosofó a partir de la nada, llevó al paroxismo lo que otros habían filosofado antes que él. El siglo XVIII “descubrió” que el Mundo se puede explicar de un modo racional, práctico y bastante funcional, aunque siempre queden sin respuesta las cuestiones últimas, y pretendió que la sociedad debe también ajustarse a la razón; la Ilustración hizo de la Razón una especie de Dios inmanente, una naturaleza interior que se hacía visible en nuestra conciencia ética de la que Kant era su profeta, luego descubriríamos amargamente —en el siglo XX—que la Razón tiene sus limitaciones.
Nietzsche, con su optimismo trágico apunta a lo que hemos dado en llamar la postmodernidad cuando proclama la muerte de Dios, —y no solo de Dios sino de todo principio o fundamento que no sea la vida misma— y articula su filosofía partiendo una vida hecha a la vez de gozo y de dolor, nos incita a asumirla sin remilgos, afirmativamente, sin resentimientos, conscientes del fondo atroz —sí, atroz— de la existencia y sin embargo desesperadamente alegres por gozar del privilegio, ya sea temporal, de vivirla. Nietzsche se consideraba portador de un mensaje exigente y transformador, despiadado, que cambiaría nuestra idea del Mundo: “Algún día mi nombre evocará el recuerdo de algo terrible, de una crisis como no hubo otra en la tierra”.
Nietzsche reivindicador de un soberanismo biológico, basado en la voluntad de poder, en un “yo-lo-quiero” sin cortapisas, impugna radicalmente el fundamento del cristianismo, y por supuesto también de la ética kantiana del yo debo, reniega asimismo del humanismo democrático que quiere construir un “nosotros” libre igualitario y fraterno, así como de cualquier forma de compasión; su pensamiento mismo sería el Anti-Cristo según el título de una de sus obras más provocadoras, frente al que cabe oponer la atinada reflexión que Joseba Arregi, escribía en 2014 en su artículo Misericordia y arrepentimiento: “La idea de autonomía ilimitada, el principio de autodeterminación sin límites, la idea de potencia transmitida por las tecnologías (Richard Sennet), la idea del derecho absoluto al aborto en la frase “mi cuerpo es mío”, la negación de la dependencia de las relaciones con los otros como constitutivas del ser humano, la idea de soberanía como poder absoluto, el absolutismo del mercado, de las leyes económicas, de los principios de lo político –querer es poder-, todo ello está en las antípodas del mensaje de misericordia y arrepentimiento de Jesús. Porque ¿quién sino el pecador está necesitado de misericordia, y quién sino el arrepentido entrará en el reino de los cielos? …”
Nietzsche que con sus altisonantes proclamas tonifica nuestra voluntad de vivir, sin permitirnos lloriquear por los dolores e injusticias de la existencia, sin embargo pasa por alto los límites de nuestra condición como seres no solo volentes sino también aferentes, cordiales, históricos y circunstanciados, interrelacionados y por lo tanto convivientes e interdependientes. La exaltación de la soberanía individual o incluso colectiva, sin ningún contrapunto ni consideración con nuestras interrelaciones constitutivas nos lleva a una concepción desgarrada y brutal de lo humano, y a medio plazo a una autodestrucción segura.
¿Se ha hecho realidad el anuncio de Nietzsche? Se preguntaba no hace mucho Juan José Tamayo (29.03.2018 ¿Dios ha muerto?) y daba una respuesta paradógica: al mismo tiempo que se está produciendo un avance de la increencia, en nuestras sociedades secularizadas, se produce por otro lado una especie de “idolatría” de algunas referencias ideológicas como el Mercado, el Patriarcado y el Fundamentalismo.
El 3 de enero de 1889, el próximo invierno se cumplirán 130 años, del incidente de Turín, cuando al contemplar cómo un cochero fustigaba despiadadamente a su caballo, Nietzsche, contradiciendo su repudio de la compasión como un sentimiento despreciable, en un arrebato de piedad, se abrazó al animal — entiéndase al caballo— y después de susurrarle unas palabras misteriosas de las que no tenemos constancia segura, sufrió un síncope y perdió la razón. Tuvo que ser su amigo, Overbeck, como buen cristiano luterano, quien acudiera a la ciudad italiana a recogerle y a llevarle de vuelta a Basilea.
Personalmente, reconociendo lo que de genuino y veraz hay en el pensamiento de Nietzsche, me identifico más profundamente con ese grafitti que adornó hace años algún pasaje peatonal en Paris: “Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios. “
@Javier_Otaola