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EL RELATO DE LA CAÍDA



Los especialistas designan con este nombre la narración contenida en el capítulo 3 del Génesis, donde leemos acerca de la desobediencia de Eva, en primer lugar, y de Adán después, con sus consecuencias para todo el género humano. Curiosamente, pese al gran valor teológico que el cristianismo ha atribuido a esta historia, sobre todo a partir de la reflexión paulina que leemos en Ro. 5:12-21 y su ulterior ampliación en el pensamiento de San Agustín [1] lo cierto es que en el propio Antiguo Testamento no se menciona nunca más de manera expresa[2], y el judaísmo posterior le ha dado un giro radical, especialmente a partir del pensamiento de Maimónides, entendiéndose no como la narración de la caída de la humanidad en el pecado, sino como una alegoría de la pugna interna del hombre entre la racionalidad (obediencia a los mandamientos de la Sagrada Torah) y la irracionalidad (representada por la serpiente[3]), y casi como una liberación del espíritu humano.

Todos estos puntos de vista, algunos más ajustados al texto bíblico que otros, tienen como característica común el hacer del hecho de la caída o de su protagonismo humano[4] (¡o diabólico!) [5] el centro del relato. Pero nosotros pensamos que el hagiógrafo, sin duda un buen teólogo además de un indiscutible maestro del idioma, no parece caminar por ese sendero: su interés se centra más bien en la actuación divina. Es Dios (YHWH-Dios[6] a lo largo de todo el relato, excepto en 3:11, donde solo es Dios, y 3:23, donde solo es YHWH) el verdadero protagonista de la trama narrativa, es su acción la principal, aquello que va a ser contado y transmitido. De este modo, el tradicionalmente llamado Relato de la Caída muy bien podría ser titulado Relato de la Restauración o, si se prefiere, Relato de la Promesa. De forma breve y concisa vamos a destacar las cinco pautas de la acción divina que destaca el hagiógrafo en esta magistral narración, indicándolas por orden de aparición en la escena.

1ª) DIOS SE ACERCA AL HOMBRE CAÍDO. Gn. 3:8 prepara la intervención de Dios en esta historia con una escena por demás significativa: al escuchar que el Todopoderoso se pasea por el jardín al aire del día, el hombre y su mujer, conscientes de haber transgredido el mandato de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gn. 2:16-17), situación bien representada por su radical desnudez hasta entonces no percibida ni sentida como tal (cf. Gn. 2:25), se ocultan de su vista, de su presencia. No le preocupa al hagiógrafo el tono primitivo, casi infantil de la historia[7], ni tampoco el hecho por demás real de que nadie puede escapar del Creador del universo (Sal. 139:7-12). Su único interés estriba en contar cómo Dios llama al hombre y le interroga: ¿Dónde estás tú? (Gn. 3:9), una pregunta que encierra mucho más de lo que aparenta. Dios, que no necesita plantear interrogantes para adquirir conocimiento de una realidad o situación concreta, es por tanto quien da el primer paso hacia el ser humano caído en desgracia, no al revés. Dios es quien franquea el abismo que ahora ya separa definitivamente al Creador de su criatura (¿racional o irracional de irracionales?), de tal manera que esta sencilla historia abre la puerta a todas las narraciones bíblicas ulteriores en las que el Señor se acercará a los hombres motu proprio para comunicar, para pactar,[8] para redimir, desde el llamado de Abraham (Gn. 12:1-3) hasta la encarnación de Jesucristo (Lc. 1:31-33). Lo que en la trama de Génesis 3 parecería el anuncio de una desgracia, de un castigo bien merecido, se convierte en un milagro de la Gracia. El Dios de Israel, al contrario de las divinidades de los panteones paganos, se aproxima al hombre e inicia así una relación con él cuyos resultados solo serán plenamente conocidos en la eternidad.

2ª) DIOS NO MALDICE AL GÉNERO HUMANO. De manera tradicional se ha venido enseñando durante siglos que “Dios maldijo al hombre” desde el principio de los tiempos por causa de la transgresión de Adán y Eva. De ahí que en ciertas obras catequéticas antiguas se haya presentado a nuestra especie como un linaje especialmente marcado por un estigma cuyas consecuencias nunca habrían concluido. Hemos llegado a escuchar en ocasiones a predicadores de orientación “evangelical”[9] que, sin empacho alguno, se han prodigado desde los púlpitos en lanzar anatemas contra la humanidad, tildándola de “raza maldita”, “enemiga de Dios” y “aliada de Satanás” señalando Génesis 3 como la fuente y la inspiración de su mensaje. Pero si nos acercamos al texto sagrado sin aprioris, no encontramos en él ninguna maldición divina contra nuestra gran familia humana. Al contrario. Son dos los versículos que recogen la raíz hebrea que traducimos por “maldecir”: el 14 y el 17. En el primero es la serpiente el objeto de la maldición de Dios, y en el segundo la propia tierra. La serpiente en tanto que inductora a la desobediencia, y la tierra por causa del hombre. Adán puede ser en la narración sagrada motivo de maldición, sin lugar a dudas, pero jamás quien la recibe. Si tenemos en cuenta que, según Gn. 1:26-27, el género humano es creado a imagen y semejanza de Dios, resulta un absurdo suponer que Dios maldiga a su propia imagen. Ello supondría tanto como renegar de su obra creadora. La historia bíblica posterior nos dirá que él mismo asumirá la maldición en la persona de su propio Hijo (Gá. 3:13) como acto supremo de amor por sus criaturas. Y ello está en estrecha relación con el punto siguiente, donde vemos que

3ª) DIOS EMITE UNA PROMESA. Gn. 3:15, versículo capital de todo el relato y al que desde el siglo XVI se conoce como el Protoevangelio,[10] anuncia en boca de Dios la derrota y destrucción definitiva de la serpiente y de todo cuanto tal criatura significa, y ello por medio de la simiente de la mujer, concepto en el que la tradición cristiana más antigua ha visto a nuestro Señor Jesucristo[11]. El hecho de que el hagiógrafo coloque estas palabas en labios de YHWH-Dios dentro del contexto de la maldición pronunciada sobre la serpiente, evidencia hasta qué punto el pensamiento teológico de Israel había llegado en cierto momento de su historia a unas cotas que se adentraban en lo sublime. La redacción de estas palabras divinas no deja lugar a dudas: expresa certeza absoluta, bosqueja más que anuncia un hecho que en la previsión del Todopoderoso es ya algo realizado y definitivo. En Gn. 3:15 hallamos, por tanto, la primera gran promesa contenida en la Biblia tal como hoy la leemos[13] y que marca la pauta para todas las demás. Las promesas de Dios nunca son flatus vocis ni afirmaciones sometidas a la contingencia de la condicionalidad: por el contrario, expresan hechos reales que tendrán lugar dentro del propósito divino en los tiempos o las sazones dispuestos por el Creador en sus arcanos inaccesibles a la mente humana (Hch. 1:7). No tiene nada de extraño que en círculos conservadores se haya indicado tantas veces el Protoevangelio como el punto de arranque de la Historia de la Salvación ya desde los albores de la humanidad. Tal como nos ha llegado el Relato de la Caída, representa un cántico a la compasión y la misericordia de Dios, que se traduciría en su momento como la plena solidaridad del Supremo Hacedor para con la raza humana, de lo cual nos ofrece también una curiosa anticipación el punto siguiente.

4ª) DIOS CUBRE LA DESNUDEZ DEL HOMBRE CAÍDO. Cuando leemos en Gn. 3:21 que YHWH-Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió, nos encontramos con una escena insólita a la que no siempre se presta demasiada atención. El hagiógrafo, que es un gran narrador, sabe condensar mucho en muy pocas palabras. Esas túnicas de pieles, cuya consistencia contrasta con los pobres delantales o ceñidores de hojas de higuera que el hombre y su mujer se procuran en el versículo 7, implican una idea de muerte, casi nos atreveríamos a decir “de sacrificio cruento”. Puesto que el ser humano caído se ve incapaz de proveer dignamente para su necesidad imperiosa de estar cubierto, es el propio Dios quien le procurará la vestimenta, pero será una indumentaria que conlleve sangre, que implique dolor. Nadie, ni judíos ni cristianos —máxime en nuestros días, cuando la conciencia del sufrimiento animal está cada vez más desarrollada—, se ha encontrado demasiado cómodo ante la realidad de las muertes de irracionales exigidas por las leyes levíticas. Ni siquiera su espiritualización neotestamentaria al hacer de ellas una anticipación de la muerte del Cordero de Dios en la cruz del Calvario llega a convencer realmente a muchos cristianos de nuestros días, que les intentan hallar otras explicaciones. Pero la realidad que viene a reflejar nuestro texto es que, según se da a entender, Dios mismo aplica la muerte para revestir al hombre caído. El colorido de la escena es abrumador, pues anticipa la realidad de la muerte como necesidad para la vida. El hagiógrafo no aborda el tema desde el punto de vista natural, o sea, el hombre como depredador que mata para vivir, sino desde la teología, y por ello hace de Dios el primer introductor de la muerte de irracionales en bien del ser humano. De algún modo, está anticipando una muerte cruenta, por demás injusta, que un día haría de Dios víctima del hombre, pero que abriría para este último las puertas de la vida de manera definitiva.

5ª) DIOS COLOCA AL GÉNERO HUMANO EN UN MUNDO HOSTIL. Los versículos finales de Gn. 3 ponen fin al Relato de la Caída con un cierto sabor amargo: Dios expulsa al hombre de la seguridad paradisíaca del huerto del Edén, [14]todo ello envuelto en un ropaje mítico (la espada ígnea del versículo 24). Las labores humanas habrán de tener lugar en tierra hostil, que no será siempre feraz ni fácil de labrar, que no proporcionará felicidad en todo momento. La pérdida de la prístina comunión con el Creador (o pérdida de la inocencia original, como se decía en catecismos antiguos) conlleva dolor, contratiempos, debilidad, de modo que el desarrollo humano tiene lugar en condiciones adversas. El crudo realismo de las Sagradas Escrituras no oculta que, pese a las promesas y las bendiciones divinas, pese a la presencia constante de Dios, la especie humana ha de bregar en medio de ambientes hostiles y con la conciencia de haber perdido algo muy importante al comienzo de los tiempos. De ahí que el mito de un paraíso perdido sea constante, pese a sus diversas formas, en todas las culturas. [15]La historia ulterior de los relatos genesíacos y del resto del Pentateuco, no obstante, no deja demasiado espacio a las lamentaciones o a la nostalgia de un pasado original esplendoroso. La humanidad en su conjunto, y el pueblo de Dios en especial, han de trazar sus rutas mirando al futuro. El pensamiento hebreo considerará, de hecho, que idealizar los tiempos pretéritos evidencia falta de sabiduría (Ec. 7:10). De ahí que las alusiones al Edén sean harto escasas en las Sagradas Escrituras después del Relato de la Caída [16]y no demasiado pródigas en detalles, relegando estos a la literatura apócrifa y su fantasía concomitante.

Digamos, a guisa de conclusión, que este magnífico relato sienta unas bases teológicas de las que el cristianismo es el gran beneficiario. Todo él rezuma la frescura de la Teología de la Gracia invitando al mismo tiempo a una toma de postura muy realista. Puesto que vivimos en la tierra, no en el Edén, hemos de caminar en fe y esperanza, sorteando peligros de toda clase, pero sabiendo que no estamos solos. El Dios humanado en Cristo camina siempre a nuestro lado.

SOLI DEO GLORIA

Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga

Decano Académico del CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas) y del CEA (Centro de Estudios Anglicanos)

Delegado Diocesano para la Educación Teológica

Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE, Comunión Anglicana)


 

[1] Cf. sus comentarios al Génesis o el opúsculo De gratia Christi et de peccato originale.

[2]Los dos únicos textos que se suelen mencionar en este sentido (Job 31:33 LBLA, JBS, BLP, RVA2015; Os. 6:7) no cuentan con el asentimiento de todos los especialistas.

[3]Ver los comentarios a pie de página en Génesis 3 del primer volumen de la obra El Tanaj comentado, publicada por Editorial Jerusalem de México en 2004.

[4] Cf. en este mismo sentido las enseñanzas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocidos popularmente como los Mormones, secta fundamentalista norteamericana según cuyos libros sagrados la caída fue algo necesario y no un pecado realmente, ya que solo así se posibilitó el plan divino de que los hombres procrearan en la tierra (Moisés 4:12; 2 Nefi 2:25).

[5] La asimilación de la mítica serpiente edénica al diablo es muy posterior. La hallamos, por ejemplo, en el deuterocanónico Sab. 2:24. En el Nuevo Testamento se expresa abiertamente en Ap. 12:9.

[6]El Jehová Dios de RVR60 que aparece por primera vez en Gn 2:4b-25, el llamado por los especialistas Segundo Relato de la Creación.

[7]Recuérdese que los llamados Relatos de los Orígenes o Primeval History recogen mitos mesopotámicos que adaptan al yahvismo. El hagiógrafo no se inquieta lo más mínimo por la congruencia o incongruencia de los detalles narrativos; solo busca darles una pátina yahvista para incorporarlos a la historia de Israel, entendida como una Historia de la Salvación, en tanto que prefacio necesario.

[8]Recuérdese que el Sagrado Tetragrámmaton YHWH implica siempre una noción de pacto, de alianza entre Dios y el hombre, con vistas a la redención.

[9] Propia del fundamentalismo norteamericano, muy extendida en las sectas contemporáneas.

[10]Lit. “primera buena nueva”, en griego. No confundir con el llamado Protoevangelio de Santiago, obra apócrifa que ve la luz hacia el año 150 d. C. y que narra la infancia de la Virgen María y el nacimiento de Jesús.

[11]Asimismo, y pese a la en ocasiones excesiva y fuera de tono antipatía que ello puede suscitar en medios evangélicos, la misma tradición cristiana ha entendido que la mención de la mujer en el Protoevangelio apunta a la nueva Eva, es decir, a la Virgen María, que con su total obediencia y sumisión a la voluntad divina deviene el camino por el cual Dios se hace Emmanuel, o sea, uno con nosotros (Is. 7:14). Del mismo modo que fue una mujer quien vehiculara la desobediencia perpetrada por Adán, es otra la que vehicula para siempre la redención operada por nuestro Señor Jesucristo. Cf. San Ireneo, Adversus haereses, 5, 19, 1.

[12]La disposición actual de los textos canónicos del Antiguo Testamento, como bien sabe el amable lector, no es cronológica sino temática, y nos atreveríamos a llamar Providencial en aras de la Historia Salvífica que transmiten.

[13]Especialmente en la teología paulina (cf. 1 Co. 5:7). Ver también 1 P. 1:19.

[14]Recuérdese que el nombre Edén significa delicias.

[15]Cf. la aurea aetas de los poetas romanos.

[16]Gn. 13:10; Is. 51:3; Ez. 28:13; 31:8.9.16.18; 36:35; Jl 2:3.

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