Las Beguinas (II)
Las beguinas mimetizan, sintetizándolos, los dones evangélicos propios de las hermanas de Lázaro, Marta y María (Lc 10, 38 ss.) Marta es pía en su preocupación por la labor doméstica y por ende en su filantropía y desinterés hacia los menesterosos que viven y sufren en el siglo. María no lo es menos, poniendo sus ojos, su confianza, su ser enteramente en Cristo poniéndose a su completo servicio y disposición, dedicándole su vida abierta y sinceramente sin ambages. Esta imagen evangélica de acción y contemplación que tan bellamente nos expresan los evangelios a partir de estos dos carismas representados por las hermanas de Lázaro son precisamente los que - decíamos - mimetizan las beguinas. En efecto, pues en su quehacer diario los conjugan y los intercambian incesantemente según exija la necesidad, valiéndose de uno y de otro indistintamente.
Desde los beaterios se proyectaron hacia el mundo la influencia de extraordinarias mujeres de una calidad intelectual superior y de una profundidad mística extraordinaria, tan destacada o más si cabe que la propia de los grandes místicos renanos. Se diferenciaron no obstante de ellos en su practicidad, circunstancia que se evidenciaba fundamentalmente en su rechazo ante los complicados sistemas teológicos académicos existentes y en el uso normalizado en su escritura no del latín, sino de las diferentes lenguas vernáculas, fundamentalmente tanto el flamenco como el alemán primitivo.
Las obras de las místicas beguinas, las cuales tomaron mayoritariamente forma de poesía, se constituyen sin duda en epicentros significativos y fundacionales monumentos de la literatura germánica. No podía ser de otro modo puesto que el idioma de la cultura oficial académica - todavía y fundamentalmente eclesiástica - hallaba en el latín su única y exclusiva lengua vehicular. Ahora bien, el latín en la época bajo medieval era una lengua progresivamente en desuso que solamente entendían los especialistas, los intelectuales y los eclesiásticos. De manera que las beguinas fueron pioneras en orden a la creación y sedimentación de la literatura vernácula europea que pronto se verá desarrollada en contexto urbano, lugar clásico de actividad de los beaterios.
Dicho lo anterior, no es de extrañar que este tipo de escritos llevados a cabo por parte de las intelectuales beguinas sean en muchas ocasiones los más antiguos que conocemos en su género, de manera que muy a pesar de la humildad que las caracterizaba, las “santas mujeres” se avanzaron nada más ni nada menos que en tres siglos al Renacimiento.
En realidad, no se entiende como algunas de sus obras no son en consecuencia estudiadas y destacadas desde la educación primaria hasta la educación superior en cualquiera institución educativa europea. Lo son en Holanda y en Alemania, pero su obra es completamente desconocida en los desdichados sures de nuestro continente.
Es todavía hoy objeto de discusión si las beguinas utilizaban el latín en sus oraciones diarias. De hecho, el latín no constituía ningún misterio para ellas. En efecto, hay que recordar que la mayor parte de beguinas eran de extracción burguesa adinerada, hijas de banqueros y comerciantes pudientes, habiendo realizado sus estudios siendo niñas y adolescentes en el ámbito de las escuelas monacales benedictinas femeninas, a la sazón las mejores de todas las existentes en la Europa de la época. Nosotros nos inclinamos a pensar que sí utilizaron el latín en sus oraciones, al menos en las de carácter litúrgico oficial y comunitario.
Contra esta opinión podría aducirse el hallazgo de algún breviario beguino en edición resumida escrito en lengua flamenca. Se trata de una evidencia indiscutible. Sin embargo, ello no implica que su utilización estuviese normalizada como praxis común en todos los beaterios. Por otra parte, el espíritu pragmático tan característico de las beguinas difícilmente las hubiera conducido a un “tour de force” sin sentido contra la iglesia oficial, la cual empezaba a no verlas con buenos ojos, por una parte, y por la otra no autorizaba otro idioma que el latín en el ejercicio de sus liturgias.
Sin embargo, está fuera de toda duda que, en absolutamente todas sus obras escritas, así como también en el ejercicio de la docencia que realizaban hacia sus alumnas femeninas, el uso de la lengua vernácula constituía denominador común, circunstancia que sin duda las acercaba enormemente a un mundo laico cada vez más vigoroso y que convertía su producción escrita en algo comprensible a un número muy elevado de personas para las cuales el latín empezaba a ser una lengua en vías de extinción.
La gran aportación intelectual de las beguinas no afecta únicamente a la filología moderna, circunstancia que hemos destacado anteriormente, sino también al epicentro de sentido de la teología mística. Efectivamente, puesto que las beguinas, cuando expresan lo divino y lo místico, algo ya de por sí especialmente complejo al estar tocado de inefabilidad, lo hacen prescindiendo voluntariamente del lenguaje teológico al uso, abandonando los giros y complicados constructos teológicos y filosóficos académicos que mayoritariamente nadie comprendía para sustituirlo radicalmente por un lenguaje fresco, vívido claro y tan pasional como contundente que, enraizando con lo popular, poseía un elevado poder transmisor centrado en su propia y particular experiencia femenina.
Es por ello por lo que los textos beguinos, valientes, atrevidos y en ocasiones elevadamente sensuales en su tratamiento cortés hacia Dios, constituían un ejercicio de gran riesgo que más bien pronto que tarde habría de provocar tanto la sospecha como la incomprensión manifiesta de la por otra parte nada moderada jerarquía eclesiástica. Esta circunstancia desafortunada atrajo contra las beguinas reproches mordaces e injustos acompañados de una cada vez más decidida voluntad por parte de los preceptores religiosos de vigilar y de controlar su actividad, poniendo en muchas ocasiones en tela de juicio su misma existencia, piedad y forma de vida en el beaterio.
Ante la reivindicación y defensa irrenunciable del espíritu beguino a la libertad, no tardaron mucho en acusarlas de ser mujeres insurrectas, rebeldes e ingobernables, incluso se acusó a muchas beguinas de herejes sin aportar ningún argumento ya no teológico, sino mínimamente razonable, de manera que los jerarcas eclesiásticos impusieron sobre ellas un control cada vez más férreo y acabaron otorgando en la mayoría de ocasiones la dirección de los beguinatos a las órdenes religiosas regulares oficiales, especialmente a la rama franciscana conventual y a los frailes dominicos, estos últimos en estrecho y directo contacto con la Inquisición, y en menor medida a los monjes cistercienses.
La presión sobre las beguinas llegó a su punto cenital en ocasión del Concilio de Vienne, realizado en el año 1311 y convocado por el Papa Clemente V, el primer papa en residir de manera estable en la ciudad de Avignon en ocasión del denominado “Cisma de Occidente”, el cual contemplaría a la cristiandad dividida en la obediencia de hasta tres papas simultáneamente.
Clemente era un Papa inteligente, delicado y ambicioso, pero en sobremanera débil de espíritu y altamente manipulable, circunstancias que lo convirtieron, ante los diferentes azares de la política, en un verdadero juguete en manos del Rey Felipe IV “el Hermoso” de Francia. Por el monarca francés manipulado, Clemente V cedió acríticamente ante las acusaciones realizadas por parte de la Inquisición, también manipulada por el Rey, en contra de los caballeros templarios, publicando una bula conciliar (“Ad provida, Christi vicarii”) que condenaba a la orden del Temple a la supresión y al exterminio físico por cremación de sus principales dirigentes, pasando sus riquezas mayormente a manos del rey francés (1).
En este mismo concilio aludido, aunque de manera “ad latere”, se acusó al movimiento de las beguinas de “falsa piedad”. Antedicha acusación no solamente ubicaba a las beguinas en entredicho papal, sino que además las situaba en idéntica categoría que los también juzgados seguidores del “Libre Espíritu”, un movimiento que nada tenía que ver organizativamente con las beguinas ni en orden a su constitución como tal ni en orden a su actividad teológica ni devocional (2). De esta injusta manera la iglesia oficial descalificaba a las beguinas. Se trata de una acción deleznable que bien pudiera merecer una petición expresa de perdón por parte de la Iglesia Católica.
Pero el camino, desafortunadamente, ya había estado preparado, y no para bien. En efecto, un año antes de esta anterior e injusta descalificación, el año de Nuestro Señor de 1310, una beguina francesa llamada, Margueritte Porette, o también Margueritte d’Hainault, había sido condenada por la Inquisición y quemada en la hoguera. Sabemos en realidad muy poco acerca de Margueritte Porette. Confiando en el obispo de Châlons le había mostrado un libro que ella misma había escrito en francés antiguo picardo titulado: “Le mirouer des simples estimis anientis et qui seulement demourent en vouloir et desir d’amour” más conocido en nuestros lares actualmente por el título resumido de: “El espejo de las almas simples”.
Rápidamente el obispo del lugar rechazó el libro acusando a Margueritte de hereje. Sin embargo, el libro en cuestión se expandió como la pólvora teniendo una aceptación extraordinaria tanto entre el público erudito como también ante el popular. La Inquisición tomó medidas represoras y el libro fue quemado públicamente primero el año 1306, y nuevamente el año 1309 en la ciudad de Valenciennes, a pesar de haber sido aprobado teológicamente como no herético por parte de tres importantes eclesiásticos: un monje cisterciense, un fraile menor y un teólogo que enseñaba en la Universidad de París. A pesar de ello, Margueritte fue condenada finalmente a la hoguera el 1 de junio del año 1310, siendo quemada en la plaza de la Grève de París, lugar de multitudinarias ejecuciones sumarias y actualmente desaparecida.
El libro de Margueritte Porette contiene el texto místico más antiguo existente en lengua francesa, lo cual es ya de por sí motivo suficiente de atención y de estudio. Conociéndose texto y autora - el primero fue redescubierto el año 1847 por parte del erudito Francesco Toldi y la existencia de la segunda estaba atestiguada gracias a las actas conservadas de su proceso - sin embargo la relación entre texto y autora no pudo ser trazada hasta el año 1946 gracias al estudio que sobre el particular realizara la historiadora italiana Romana Guarnieri, quien destacara su descubrimiento en un artículo publicado en l’“Osservatore Romano” titulado: “Lo specchio delle anime semplici e Margherita Porete”, datado del 15 de junio.
El texto:
“Se presenta bajo la forma de un juego escénico entre personajes alegóricos, entre los cuales los principales son: el Alma y la Dama Amor, envueltos de Cortesía y de Entendimiento de Amor, confrontados a la Razón, Entendimiento de Razón y Virtudes. El tema de la liberación del alma se expresa, como en el caso del resto de beguinas, en lenguaje cortés, los esquemas literarios sociales del cual permiten mejor el entendimiento a los lectores y auditores de la época. Así, el amor idealizado por los trovadores pasa a ser en el texto de Margarita, mediante la transposición espiritual que realiza, la Dama Amor, que representa a Dios mismo en su esencia, como podemos comprobar mediante el siguiente aserto: ‘Amor: Yo soy Dios, puesto que el amor es Dios y Dios es amor’. Margarita trata de mostrar como en un espejo la verdad espiritual que desea enseñar, una verdad de carácter supraracional, ya que hace constar que su libro procede de Dios: ‘Yo, criatura hecha por Dios, por medio de la cual el Creador ha hecho este libro, el cual proviene de Él, para aquellas personas que no conozco ni quiero conocer, teniendo bastante con que estén en el secreto del conocimiento divino y de la esperanza’. De forma recurrente, a lo largo de su texto Margarita nos muestra como el alma ha sido transformada por Amor en aquello que el Amor es, es decir, el alma se ha convertido en Dios con Dios. Y esta transformación, este reencuentro del alma con su ser esencial, tiene lugar cuando ha sido completamente aniquilada de ella misma, cuando ha perdido su nombre y su identidad individual. La condición para que se produzca este aniquilamiento es la abolición de la voluntad: el alma no debe desear nada para así ser capaz de querer exclusivamente el querer divino. El alma, para llegar a su estadio más elevado, el de la unión ontológica con Dios, ha de recorrer siete estadios que Margarita describe” (3).
El libro de Margueritte Porette contemplaba un número tan ingente de herejías y era tan perniciosa y satánica su doctrina y enseñanza, que poco tiempo después de su ejecución el fue traducido al latín eclesiástico y ocultada su verdadera autoría - usurpada por el pseudónimo de un hombre - conociendo un éxito extraordinario y siendo entonces aceptado como ortodoxo sin mediar entrebanco alguno interpuesto por la jerarquía eclesiástica ... ¡De no ser tan dantesca y lamentable la situación sería sin duda asunto altamente hilarante! ...
En realidad, nada oscuro contenía el libro. Era el fruto extraordinario de una verdadera y muy destacada mística intentando despojar su alma pobre, balbuceante y anhelante del amor divino ante la inmensidad inabarcable del abismo de Dios. Pero Jamás se aceptó que una mujer se anticipes a los tiempos. Ni tampoco que osara el esfuerzo intelectual de decir ciertas cosas hasta entonces absolutamente inusitadas y ni tan siquiera intuidas que rompían los moldes epocales y abrían y elevaban la mística hasta el extremo de lo sublime.
No deja de llamar poderosamente la atención que, como sucediera en el caso de otras mujeres sacrificadas por mor de un paternalismo teológico - político envidioso vengativo e injustificable, como por ejemplo es el caso de Jeanne d’Arc, “La Poucelle d’Orléans” (Domrémy, ca. 1412 - Rouen, 30 de mayo de 1431) actualmente Patrona de Francia y santa, otra mística condenada igual que Margueritte a la hoguera por razones también peregrinas, haya sido rehabilitada sin serlo la Porette, a la cual ni siquiera se ha considerado rehabilitar en absolutamente ningún momento de la historia.
De ella son también estos versos, los cuales señalan no sin cierta nota de amargura, aunque con un gran realismo, la entraña profunda del movimiento beguino y su decidida ansia por lograr una igualdad intelectual y de género por todas las beguinas anhelado, algo tan actual y moderno que podría muy bien inferirse a partir de un texto actual:
“Teólogos y demás clérigos, nunca poseeréis entendimiento. Por más claro que sea vuestro ingenio, si no procedéis con humildad. Y el amor y la fe todas juntas, os hagan superar la razón, porque ellas son las señoras de la casa.” (4)
Así pensaban las beguinas ...
Un fraile franciscano, cuyo nombre era Lambert de Regensburg, el año 1247 escribía un poema alegórico titulado: “La hija de Sión”, claramente influenciado por san Bernardo de Clairvaux y por su conocida mística nupcial. No se trata de un autor especialmente destacado, pero su libro contiene algunas referencias significativas hacia las beguinas, a las cuales ubica en el ducado de Brabante, en Baviera, y ante las cuales se muestra tan sorprendido como impresionado precisamente por constar en ellas a las más prístinas y auténticas continuadoras del erudito y místico monje cisterciense:
“El arte de conseguir la unión del alma con Dios en nuestros días nos llega de Brabante y de Baviera. Dios mío, ¿es que una pobre vieja ignorante puede llegar a conocer mejor las cosas de Dios que los hombres instruidos?
Y Lambert explica el hecho no sin ciertas dosis de personal y doliente ironía como sigue:
“Cuando una mujer se vuelve con seriedad hacia Dios, su corazón, tierno, y su sensibilidad femenina y entusiasta, se inflama rápidamente en simplicidad, llegando a comprender más rápidamente la sabiduría que desciende del cielo mucho más rápidamente que un hombre erudito. Pero, si al contrario, un hombre obtiene este mismo don, se lo guarda y lo mantiene oculto, y lo reserva mejor que una mujer de corazón tierno que por excitación, después de la gracia recibida, no sabe estarse quieta, y a menudo se comporta como una loca que ha perdido el sentido”
Per Semper vivit in Christo Iesu
Miquel - Àngel Tarín i Arisó
NOTAS
(1) La historiadora especializada en historia medieval Bárbara Frale, quien escribiera un libro de referencia respecto a los caballeros de la Orden del Temple: “Los Templarios”, Madrid: Alianza editorial, 2016, investigadora y profesora en la Escuela Vaticana de Paleografía, descubrió, estudiando los archivos vaticanos, las actas del proceso de Jacques de Molay, el último Gran Maestre del Temple. Anteriores actas se consideraban perdidas por culpa del traslado forzoso de los archivos vaticanos a París en época de Napoleón. Las actas del proceso de Jacques de Molay están consignadas en un pergamino de más de un metro de longitud. No solamente reflejan su interrogatorio y sus respuestas en su prisión de Chinon, sino también la de algunos otros importantes líderes del Temple, también recluidos y posteriormente igualmente torturados y estigmatizados. El pergamino explicita que el Gran Maestre no aceptó ninguna de las acusaciones realizadas por parte de la Inquisición, fundamentalmente: herejía, sodomía y bestialismo. En consecuencia, todo el proceso que finalizó con Jacques de Molay en la hoguera y la posterior confiscación de los bienes de la Orden para ser trasladados a la hacienda real francesa, tuvo como instigador fundamental al rey Felipe IV “el Hermoso”, el cual habría amenazado al pusilánime Papa Clemente, quien vivía junto con su Corte en territorio francés, de no acceder a su voluntad, a la disolución de su pontificado.
(2) Tendremos, Dios mediante, ocasión de profundizar algo más sobre el particular en otro artículo.
(3) Elena Botinas i Montero, Júlia Cabaleiro i Manzanedo, Maria dels Àngels Duran i Vinyeta, “Les Beguines. La raó il·luminada per amor” (Scripta et documenta 63), Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserat, 2002, p.45.
(4) Para este texto y para los que posteriormente propondremos ver: Georgette Épiney - Burgard, Émile Zum Brunn, “Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval”, Barcelona: Paidós, 2007.