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Entrevista a Raúl Arkaia, por Javier Otaola



Conocí a Raúl hace unos cuantos años y compartí con él una amistad intermitente dadas nuestras ajetreadas vidas llenas de compromisos, y recuerdo como si fuera ayer mismo el día que nos encontramos en la calle y nos paramos a charlar y a hablar de nuestras novedades cuando le comenté me vinculación con la Comunión Anglicana a través de la Iglesia Española Episcopal y del Obispo Don Carlos López Lozano. Te mostraste interesado por lo que significaba el Anglicanismo y te regalé un libro de meditaciones, y textos anglicanos que venían presentados por el entonces Arzobispo de Canterbury Rowan Williams del que tenía varios libros.


Cuál no fue mi sorpresa cuando más adelante me dijiste que ese breve encuentro y el libro que con tanto gusto te regalé habían tenido un efecto desencadenante. Desde ese momento nuestra amistad meramente social tiene un significado más profundo. Fue para mi un privilegio y un regalo poder asistir el pasado año a a tu consagración como diácono y me gustaría poder asistir a tu consagración como sacerdote, creo que el Obispo Don Carlos estaría encantado en poder asistir también a ese momento.


Vayamos a la preguntas que me gustaría que me contestaras.



1.- ¿Como ha sido tu descubrimiento de la tradición anglicana?


En el mundo de Dios, las casualidades, por más que lo parezcan, no son tales. Algo tenía el Padre Celestial en su agenda para que, un buen día, me encontrara contigo en la calle Olagibel, me invitaras a un café y me contaras que eras anglicano. Hasta aquel día, no había tenido conciencia del Anglicanismo, más allá de algunas pinceladas de brocha gorda en la Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz dentro del marco de la asignatura “Teología Protestante”.


Una cosa es escuchar a un profesor hablar de una denominación cristiana de la que no participa, y otra muy distinta es recibir un testimonio de fe de manos de quien, de facto, vive ese credo religioso. De modo que, algunos años antes de desembarcar en Inglaterra, descubrí esta gran tradición gracias a ti y, posteriormente -de un modo más práctico-, gracias a Javier Ballaz, párroco de la comunidad anglicana de Pamplona, y a un tal Iparragirre, sacerdote asistente de la misma comunidad, si mal no recuerdo. Ellos me animaron e inspiraron a dar mis primeros pasos en una espiritualidad cristiana que probablemente había estado ahí desde mi tierna juventud, pero que necesitaba ser alumbrada, traída al primer plano. Y de ello te encargaste tú.


 

2.- ¿Como ha surgido y se ha desarrollado tu vocación sacerdotal?


Mi vocación sacerdotal surgió en la primavera de 1991 de modo aparentemente fortuito (insisto: no creo en la casualidad, sino en la causalidad, es decir, en un Dios que toma la iniciativa y hace que determinadas situaciones se den). Una compañera de clase del Instituto Nieves Cano (Egibide) me animo a visitar a su hermano, que por aquel entonces vivía como postulante en el monasterio carmelita de Calahorra. Durante aquel corto fin de semana, escuché en mi corazón -de modo muy nítido- la llamada de Dios. En mi caso, fue una doble llamada: no sólo me animaba a vivir de modo responsable y comprometido mi llamado a la vida cristiana profesado el día de mi Primera Comunión; además, me pedía que le siguiera como sacerdote. En una familia católica romana apenas practicante como la mía, aquello causó gran sorpresa y algún que otro quebradero de cabeza. Sin embargo, mi padre y mi madre, siempre respetuosos de mi libre albedrío, me dieron el visto bueno.


Meses después, aconsejado por el entonces Secretario de la Facultad de Teología, Antonio Anda, decidí emprender el grado de Bachiller en Teología. Sabiamente, decidió que aquellos 5 años que tenía por delante serían suficientes para actuar como herramienta de discernimiento y, en su caso, ingresar en el Seminario Diocesano que, por lo menos en aquel entonces, compartían el mismo edificio.


Mi vocación al sacerdocio no pudo culminar durante mi etapa como católico romano. Bien es cierto que mi ingreso en el Seminario me fue denegado en un par de ocasiones -con buen criterio, he decir-. Sin embargo, en la tercera ocasión (al comienzo de mi cuarto curso), la respuesta fue positiva. Fue entonces cuando me eché atrás, porque no sentía que sería capaz de hacer frente al celibato obligatorio.


En su día, aquella decisión me traumatizó, ya que suponía renunciar al sueño de Dios que era también mi sueño. Nunca me sentí orgulloso de no haber tenido el valor suficiente. No obstante, el carácter inflexible de Roma frente a la cuestión del celibato obligatorio me llevó a la amargura y al resentimiento. Ese sentir me mantuvo alejado de la Iglesia, muy a pesar de mi ingreso en la Universidad de Navarra, en el marco de la prelatura del Opus Dei, en 1997. Y así continué, alejado de la oración, de la lectura de la Biblia y de cualquier congregación cristiana, hasta bien entrados los cuarenta años. Fue entonces cuando tu conversación supuso mi salida de facto del orbe católico romano.


Años después emigraría a Inglaterra sin ningún tipo de agenda establecida en relación con mi pasado como aspirante al sacerdocio. Mis intenciones durante mis dos primeros años se limitaban a “resetear” mi carrera profesional y comenzar de nuevo desde cero, al tiempo que recuperar mi sentido de pertenencia a la Iglesia, como un feligrés más de mi comunidad local. En 2018, tuve un encuentro muy especial con una sacerdote de mi congregación rural (anglicana). Alertada de mi pasado como estudiante de Teología y consciente de que no era sacerdote, me propuso reabrir un proceso de discernimiento que, a su juicio, estuvo viciado por la presión añadida del celibato obligatorio católico romano. Ése es el modo en que, cuatro años después, ingresaría en un seminario anglicano en Cambridge.


Antes y después de mi paso por el Seminario, mi vocación se desarrolla a base de un ritmo sostenido de oración: el Santo Oficio, que consta de Maitines y Vísperas, de modo calcado al esquema de oración católico romano del Seminario Diocesano de Vitoria Gasteiz. Las lecturas abundan, así como un continuo estudio de las Sagradas Escrituras. De modo añadido, cuento con una directora espiritual, así como con un confesor. Ambos son lo que aquí se denomina “anglo-católicos”, es decir, anglicanos con espiritualidad católica, tendente a la sacramentalidad y a la liturgia colorista, entre otras tendencias y prácticas que han hecho grande al catolicismo romano. Además, de modo reciente, he ingresado en el llamado Oratorio del Buen Pastor [1], una asociación de espiritualidad de marcado corte anglo-católico en la que tienen cabida tanto clérigos como seglares y cuya Regla de Vida es fuente de inspiración para mi vida espiritual.


3.- ¿Cuáles han sido tus encuentros, tus lecturas, tus experiencias espirituales y también biográficas, que te han llevado desde Vitoria hasta Bury St. Edmunds?


En realidad, el abandono de mi tierra natal no estuvo ligado a ningún proceso espiritual, sino que más bien fue fruto de la desesperación. Nací y crecí en una familia estricta con grandes demandas en el plano profesional. Cumplidos los cuarenta, mi vida era un auténtico desastre en términos de progreso personal. No había logrado ninguno de mis objetivos que, aún no siendo demasiado claros, pasaban por disfrutar de cierta prosperidad económica, así como por estar casado y tener hijos. En 2012 estaba completamente arruinado, me había divorciado varios años antes y mi vinculación con el periodismo era decadente. Mis cinco últimos años en Vitoria-Gasteiz fueron críticos. Tras pasar largos meses en el paro y otros tantos desempeñando empleos muy por debajo de mi cualificación profesional me sumieron en la desesperación. Finalmente, llegué a la conclusión de que sólo un revulsivo para mi anodina existencia podría sacarme del atolladero.


La perspectiva de emigrar pronto apareció en mi mente. Tras concluir mi grado en Teología ya se me había pasado por la cabeza marchar, aunque nunca tuve valor. Supe que había llegado el momento, como suele suceder cuando uno no tiene nada más que perder. Además, permanecer en casa de mis padres -toda vez que perdí mi vivienda en propiedad- no era una opción, dado que sentía una gran vergüenza por mi fracaso vital y profesional. Marchar de mi país, en cierto modo, me supo a “auto-exilio”.


Ya en Inglaterra, hice bueno ese viejo adagio de que “nadie es profeta en su tierra”. En mi caso, se ha cumplido de modo milimétrico. Es algo que, 8 años después, no deja de sorprenderme.


4.- ¿Como explicarías a un profano las singularidades de La Comunión Anglicana y sus diferencias con la tradición romana y por otro lado con la tradición reformada?


La Comunión Anglicana es conocida por algunos expertos como “la vía media”, es decir, la vía intermedia entre Catolicismo Romano y Protestantismo. Si bien es frecuente escuchar o leer que los Anglicanos son Protestantes, yo nunca me he sentido cómodo con esa etiqueta. De hecho, considero que el Anglicanismo constituye una amalgama de diversas tradiciones o espiritualidades que van, precisamente, desde el perfil anglo-católico hasta el evangélico. Donde quiera que uno vaya -para ser más concreto, en la Iglesia de Inglaterra, que es una parte de la Comunión Anglicana-, encuentra comunidades de muy distinto perfil. Desde una parroquia que celebra la Eucaristía con incienso y velas por doquier, con profusión de gestos y genuflexiones; pasando por lo que aquí se llama una parroquia “middle of the road” -a medio camino entre ambos extremos-; hasta una parroquia que, para un profano, podría resultar similar a cualquier asamblea bautista o pentecostal en la que el pastor carece de vestimenta litúrgica y la Biblia y la alabanza tienen preeminencia sobre el rito.


Ahora bien, existen ciertos acuerdos marcados por hitos como: los 39 Artículos de Fe, redactados en un tiempo temprano durante la Reforma que siguió a la escisión de la iglesia inglesa de su tronco católico común en tiempos del Rey Enrique VIII; la tríada “Sagrada Escritura, Tradición y Razón” -esta última en contraposición al conocido Magisterio católico-, acuñada por el teólogo Richard Hooker; y la apreciación de la Eucaristía y el Bautismo como únicos sacramentos válidos -instituidos por Jesucristo- son algunas señas de identidad de la Comunión Anglicana.


A mi me gusta decir que la Iglesia Anglicana es, a un tiempo, católica y reformada. Es católica porque conserva el depósito de la fe católica-romana prácticamente intacto y porque mantiene la sucesión apostólica provista por los papas desde tiempos inmemoriales (si bien esta materia es discutida por un buen número de católico-romanos). Y es reformada porque surge como consecuencia de la Reforma. En cierto modo, recoge lo mejor de ambos mundos, de ahí mi mención de “la vía media”.


5.- ¿Cuáles han sido los autores, los libros, las experiencias que te han iluminado en este camino?


Richard Hooker es considerado por muchos el padre del Anglicanismo y he de reconocer que su obra literaria ha reafirmado mi ser anglicano de modo decisivo. Muchos de los libros que he leído -por razones obvias- son tratados sobre el sacerdocio y sobre espiritualidad anglicana en general. Han sido de especial inspiración los que fueran Arzobispos de Canterbury, Michael Ramsey y Rowan Williams; el actual Arzobispo de York, Stephen Cottrell, los teólogos Andrew Davison, John Pritchard, Emma Percy y Sam Wells; el franciscano John de Francis Friendship; y la estadounidense Barbara Brown-Taylor.


[Rowan Williams]


En cuanto a las experiencias, a la hora de responder a la pregunta tengo en cuenta la totalidad de mi recorrido vital como cristiano. Por ello, he de nombrar varios hitos que sucedieron prácticamente en un puñado de meses.

Nada más comenzar mi grado en Teología en 1991, caí en depresión. Aquello estuvo a punto de llevarme al suicidio. Sobreviví por mi falta de resiliencia ante el dolor (contemplé varios modos violentos de acabar con mi vida y ninguno pasaba por ingerir arsénico, por poner un ejemplo); y porque Dios fue más fuerte que mi desesperación.


En segundo lugar, en 1992 vendría mi primera “peregrinación” a Taizé, donde disfruté de una semana perfecta que me ayudó no sólo a restablecerme de la depresión, sino también a profundizar y afianzar mi fe y, sobre todo, a construir en mi un corazón ecuménico y abierto a otras confesiones cristianas. Con el correr de los años, ese talante de puertas abiertas facilitaría enormemente mi transición al Anglicanismo.


Finalmente, en el verano de ese mismo año peregriné a Compostela por primera vez, y la larga caminata de 27 días puso la guinda en el pastel, como suele decirse.


Por lo demás, es una pena que, años después de Taizé y Compostela, ambas experiencias no evitaran mi alejamiento de la Iglesia. En cualquier caso, cuanto más viejo me hago más valoro mi travesía por el desierto. Los altibajos, las dudas, las miserias… que durante aquellos años pasé contribuyeron a construir el hombre que hoy en día soy. Dios saca petróleo de lo bueno, pero aún más de lo malo.


6.- ¿Como ha sido tu formación para el diaconado, y para el sacerdocio?


Del sacerdocio poco o nada puedo decir, ya que aún estoy a la espera de la segunda ordenación, en Junio de 2025. En cuanto al diaconado, es una etapa de la vida de un clérigo que está siendo minusvalorada cada vez más por la Iglesia Católica Romana e incluso diría que también un poco por parte de algunos diáconos de la Iglesia de Inglaterra que, en vez de disfrutar de ese viaje, pasan más tiempo soñando con presidir Eucaristías que con servir al sacerdote en el altar y proclamar el Evangelio desde el ambón.


Así, el diaconado se entiende cada vez más como un momento de transición entre el Seminario y el sacerdocio, lo cual es un error a mi entender. De hecho, ningún seminarista debería tener prisa por ser ordenado sacerdote, sino más bien entender que, aunque un clérigo (sacerdote u obispo) será por siempre un diácono, ése primer año clerical es precisamente la ocasión perfecta para comprender ese ministerio en toda su hondura. Se trata de un ministerio de humilde servicio, de proclamación del Evangelio, de caminar al costado del sacerdote y aprender de él. En mi caso, no tengo ninguna prisa.


Por lo que se refiere a la formación, es teológica en gran medida, aunque también pastoral, por así decirlo. Dicha formación se recibe en el seminario, pero también en aquellas parroquias en las que, como seminaristas, servimos tanto en Domingo como en un día entre semana -llamemos a este tiempo “prácticas”, por así decirlo-.


En mi caso concreto, trabajé en una parroquia en Maldon (condado de Essex) durante mi primer curso, mientras que participé en cuatro parroquias rurales durante el verano y, finalmente, en una parroquia de un barrio deprimido de Cambridge en mi segundo curso. En todos los casos, el sacerdote a cargo de esas comunidades se convierte en nuestro supervisor, previo acuerdo con nuestro tutor en el Seminario (cargo equivalente al del Formador en los seminarios católico-romanos).


7.- ¿Quién te ha acompañado en este viaje?

La figura del tutor del seminario es fundamental. Cada seminarista comparte su tutor con un puñado de seminaristas más. Liderados por nuestro tutor, nos reuníamos para desayunar juntos cada viernes tras la oración de Maitines. Era un tiempo de compartir, escucharnos los unos a los otros, preguntar dudas… así como de orar juntos y compartir algún tema de actualidad eclesial o de índole teológico o pastoral.


A lo largo de nuestro tiempo en el seminario, no faltaron las reuniones individuales con nuestro tutor, así como tutoriales en la capilla del seminario, liderados por la capellana del seminario, así como sesiones sobre espiritualidad, sacramentos, misión y evangelismo, teología pastoral y otras disciplinas, en algunos casos impartidas por expertos en la materia que visitan el seminario.

Evidentemente, los seminaristas se convierten en compañeros de viaje, al igual que los profesores (casi todos ellos sacerdotes de la Iglesia de Inglaterra), así como los supervisores de nuestras diversas estancias de Domingo y entre semana.

Los otros acompañantes en nuestro viaje son los mentores, encabezados por el llamado Director Diocesano de Ordenandos. Se trata de un equipo de sacerdotes que estuvieron a nuestro servicio, sobre todo en momentos de zozobra o duda. Dicho equipo sigue trabajando a nuestro servicio más allá del seminario, durante el tiempo que dure nuestro tiempo como curates. El “curado” viene a ser como el coadjutor, si mi memoria no me falla: es decir, una especie de clérigo en prácticas. Yo lo suelo comparar con el MIR para un recién graduado en medicina. Ese período dura, por lo menos, tres años, durante los cuales trabajamos y seguimos formándonos a las órdenes de nuestro “cura entrenador”, lo que aquí se denomina el training incumbent.


Al final del tercer año, el “curado” es licenciado por su “cura entrenador” y es libre para elegir un destino libremente. El Obispo no media en esa decisión, de modo que es un acto completamente libre dependiendo de las ofertas de trabajo que en ese momento estén disponibles.


Por lo demás, la figura del Obispo, durante el período de formación en el seminario, no está demasiado presente. Pero sí lo está durante los tres años de “curado”, con reuniones mensuales de la cohorte de seminaristas de toda la diócesis con el prelado de turno.


8.- ¿Qué papel y qué voz tiene la Iglesia Anglicana en la secularizada sociedad inglesa?


La Iglesia Anglicana, para bien o para mal, está relativamente presente en los medios de comunicación. Algunos de los miembros de la Cámara de los Lores en el Parlamento de Londres son obispos, con lo que la voz de la Iglesia Anglicana (iglesia estatal, por así decirlo, cuyo supremo gobernador es el Rey). Sin embargo, dudo mucho que su influencia se deje de notar demasiado en el ámbito político (legislativo). Ahora bien, un buen número de escuelas primarias e institutos de formación secundaria están dentro del organigrama de la Iglesia de Inglaterra. No obstante, también es verdad que un buen número de padres inscribe a sus hijos en esos centros no tanto porque deseen una educación religiosa, sino más bien porque desean una educación de calidad para esos niños y adolescentes. En todas esas escuelas, con frecuencia los sacerdotes de la zona acuden a liderar lo que aquí llaman “asambleas escolares”.


La repercusión, como tal, de la Iglesia de Inglaterra en los medios es prácticamente testimonial y se reduce a los consabidos escándalos de índole sexual o relativos a abusos a menores y personas vulnerables. Al igual que en el caso de la Iglesia Católica Romana, la Iglesia de Inglaterra está involucrada en una gran obra social, pero los periodistas no suelen estar interesados en eso. Prima, ante todo, el amarillismo de quien pone altavoz a las miserias del Cuerpo de Cristo.


A nivel local, el papel que juega la Iglesia de Inglaterra es aún crucial. Lo vemos muy claramente en el medio rural. Por ejemplo, el centro social de una de las aldeas en las que sirvo fue demolido hace algún tiempo por razones que desconozco. Hoy en día, la parroquia de Santa María Virgen es el único espacio público de la aldea. Ello implica que todos los miembros de la comunidad se benefician de ese inmueble -sean cristianos o no-. Sin ir más lejos, las reuniones de la Junta Administrativa se celebran en la iglesia.


Por otro lado, las parroquias organizan actos sociales que van más allá de lo meramente religioso -cine forums, bingos, reuniones de café/té y un largo etcétera-. En muchas de ellas los participantes (sean creyentes o no), aportarán donaciones que contribuirán al sostenimiento económico de la iglesia a nivel local. Por otro lado, los templos, las iglesias, tanto en el ámbito urbano como en el rural, gozan del respeto y el apoyo de toda la comunidad (sobre todo en el campo). Cuando se trata de aportar fondos económicos para su restauración -o para cualquier causa de índole social- las aportaciones llegarán no sólo del bolsillo de los miembros de la congregación, sino de personas más o menos potentadas que consideran que, aun no siendo practicantes, esa iglesia también es suya. Dicho de otro modo, siglos de cristiandad han dejado una huella imborrable en el imaginario colectivo de este país. Y dudo mucho que la secularización galopante vaya a cambiar eso.


9.- ¿Qué diferencias y que semejanzas encuentras entre tus vivencias como católico en el pasado y tu actual vivencia como episcopal?


La gran diferencia reside, evidentemente, en que he podido responder a mi llamado sacerdotal sin presiones de ningún tipo. Dios no comete errores. La misma Iglesia Católica Romana admite que el celibato obligatorio no es sino una medida canónica temporal que podría ser revocada en cualquier momento, con lo que reconoce abiertamente que el precepto no es de naturaleza doctrinal. ¿Cómo podría ser de otro modo? Al igual que la Comunión Anglicana, la Iglesia Católica Romana admite las Sagradas Escrituras como fuente de doctrina.


Por otro lado, desde mi posición como Anglo-católico, echo algo de menos cierta rigidez doctrinal -tan propia del orbe católico romano-. Es decir, que la Comunión Anglicana, a falta de un Magisterio estricto como el católico-romano, se ha convertido en un cajón de sastre donde todo parece caber. Sin embargo, el propio carácter tolerante y abierto del Anglicanismo permite que personas que rechazan las bendiciones a uniones de personas homosexuales pueden convivir bajo el mismo paraguas con aquellas personas que las apoyan. La Comunión Anglicana es la “Casa de Todos”.


Del mismo modo, la ausencia de Sumo Pontífice y la presencia del Arzobispo de Canterbury como primus inter pares, es decir, una especie de facilitador del diálogo y figura puramente testimonial sin atribuciones de poder, diferencia claramente a ambas confesiones.


Otra diferencia interesante es la común aceptación del sacerdocio femenino, por más que algunos clérigos y seglares varones no la acepten. En un ámbito católico-romano, esa discrepancia podría costarle a uno la excomunión. Ese concepto es ajeno al sentir anglicano, que aboga casi siempre por el “dejar hacer”.

En lo personal, me siento mucho más libre como anglicano que como católico-romano. No obstante, admito que mi espíritu ecuménico me ha permitido integrar mi afirmación personal como anglicano que aún guarda en su corazón lo mejorcito del catolicismo romano.


Por lo que se refiere a las semejanzas, ambas faccioses cristianas comparten muchísimas cosas. ¡El propio Orden de la Misa es tan similar! Abundan fórmulas litúrgicas prácticamente idénticas, amén del Credo Niceno-Constantinopolitano, el Padrenuestro, las oraciones colecta, la plegaria eucarística…


10.- ¿Conoces algo de la histórica presencia de una Iglesia episcopal española?


Tengo entendido que la Iglesia Episcopal Reformada Española nace en la segunda mitad del siglo XIX y que tiene como servidor principal —enla actualidad — al Obispo don Carlos López Lozano. Mi conocimiento de la IERE se limita a la comunidad de Pamplona, fundamentalmente, cuya comunidad lidera el Reverendo Javier Ballaz. Lamentablemente, no tuve apenas tiempo de establecer profundos lazos con la IERE, dado que marché a Inglaterra apenas 3 años después de abrazar el Anglicanismo.


Por otro lado, estoy al corriente de la labor de Radio Anglicana, así como de la publicación Escritorio Anglicano que tú mismo diriges.


Volviendo al asunto de la IERE, me parece interesante el modo en que la Comunión Anglicana participa de ese sentido de catolicidad (universalidad) de la Iglesia Universal en la medida en que establece, por así decirlo, iglesias en cada reino o república. En cierto modo, nos recuerda al modo en que la incipiente iglesia primitiva fue capaz de organizar sus comunidades en cada una de las naciones del mundo conocido en aquel entonces.


En cuanto a la Comunión Anglicana en nuestros días, el caso de Nigeria me parece interesante, dado que el número de creyentes anglicanos en aquel país excede con mucho el número de anglicanos de Inglaterra, Gales, Irlanda del Norte y Escocia juntos.  


11.- ¿Qué proyectos tienes para el futuro?

Con vistas al futuro, me gustaría compaginar mi labor clerical con una idea de emprendimiento que tengo en mente, al estilo del recientemente fallecido padre Luis de Lezama (sacerdote y empresario conocido por su labor de inserción de personas marginadas en sus negocios de hostelería). Su legado siempre me ha parecido fascinante. Evidentemente, no pretendo llegar a su nivel, pero su figura me sirve de inspiración y espero -inicialmente a través de Internet- ofrecer algún servicio similar al servicio de la comunidad y con el Evangelio como bandera.


Por otro lado, tengo pensado retomar la escritura de ensayos, algo que dejé aparcado durante mis dos años en el Seminario de Cambridge. Mi salto a la ficción, por ahora, sigue aparcado hasta mejor ocasión. ¡Ni siquiera estoy seguro de tener madera de cuentista o novelista!


12.- ¿Cuáles son tus fragmentos favoritos del AT y del NT?


Respecto al Antiguo Testamento: Deuteronomio 6:1-9, Salmo 23 y Jeremías 1:4-10. En cuanto al Nuevo Testamento: Mateo 7:24-27, Juan 6:35-40 y 2 Timoteo 4:1-8.


13.- ¿Tus teólogos preferidos?


A los ya nombrados Wells, Pritchard, Percy y Davison he de añadir Alister E. McGrath, Andrew Goddard, Robert Barron, Evelyn Underhill, Wenfield Bevins, Kenneth Stevenson and Catherine Pickstock.


14-. ¿Tú oración predilecta?


Admito que la oración personal -en contraposición al rezo del Santo Oficio al que los clérigos estamos obligados y que es parte integrante de mi rutina desde hace años- siempre ha sido un reto para mí. No obstante, considero que es precisamente una de las oraciones del Santo Oficio la que resuena más en mi corazón, por su carácter profético y por su talante políticamente incorrecto y su vigencia en el mundo del siglo XXI: el Magnificat (Lucas 1:46-55). No obstante, el Magnificat podría bien considerarse más como un himno que como una oración. Por consiguiente, mi oración favorita es la de Jesús por sus discípulos en el contexto de la Última Cena: Juan 17.


15.- ¿Tú experiencia en el diaconado?


Si bien quizá todavía es un poco pronto para hacer grandes juicios de valor, desde que comencé el diaconado he sentido que no estoy a la altura. En círculos clericales este sentir es conocido como “síndrome del impostor”. Se sufre no sólo desde el momento en que alguien es ordenado, sino incluso desde que el proceso vocacional da inicio. No se trata de nada novedoso, en absoluto. De hecho, en la Biblia conocemos numerosos ejemplos de profetas o siervos de Dios que en el momento de su vocación no creyeron ser las personas idóneas para ese ministerio o esa misión a la que son llamados por Dios. El antídoto al “síndrome del impostor” no es otro que seguir orando con intensidad y seguir confiando con la misma convicción.


En cuanto a mi vivencia del diaconado, he de decir que es un privilegio. Es así como muchos clérigos (diáconos, presbíteros y obispos) se sienten. Porque, evidentemente, la vida de la Iglesia se observa, se vive y se siente desde cierta posición de privilegio. Los clérigos somos visibles, lo que genera un plus de atención, no sólo por parte de las congregaciones, sino también por parte de la sociedad en general -lo que aquí llaman la wider community, la comunidad amplia-. El alzacuellos abre puertas. Mi esposa me lo dijo antes de la ordenación. Si bien pensé que exageraba, he podido certificarlo durante los dos meses que he cumplido ya como diácono.


La atención de la que hablo se traduce en un extra de cariño y cuidados por parte de nuestras comunidades locales. Ahora bien, es extraño (por lo menos en los círculos en los que me muevo) ver casos claros de clericalismo en los que el clérigo se convierte en la persona que lo hace todo. La Iglesia de Inglaterra ha sabido escapar, en términos generales, de esa tentación. El Consejo Parroquial es quien, en realidad, gestiona la vida diaria de la comunidad. El sacerdote, en ese sentido, tiene mucho de primus inter pares, al estilo del Arzobispo de Canterbury con sus Obispos, pero a pequeña escala. Y el trabajo es mancomunado, de modo que el equipo pastoral, formado por sacerdotes y seglares, rema en la misma dirección sin dar oportunidad a protagonismos de ningún tipo.


Por lo demás, la vida de un diácono, por lo menos para mí, es una vida de oración -que comparto tres días por semana con mi sacerdote entrenador-. La relación es estrecha, con frecuentes reuniones de supervisión. La Diócesis de St Edmundsbury e Ipswich establece un mínimo de una reunión por mes. Mi sacerdote entrenador y yo decidimos reunirnos una vez por semana. La relación que me une a él es excelente. No he podido ser más afortunado en ese sentido, ya que nuestro vínculo se basa en el respeto mutuo y sobre la premisa de aprender el uno del otro. Ciertamente, todo ello me hace sentirme muy privilegiado.


En cuanto al ritmo de trabajo, el diaconado es mucho más que una oportunidad de colaborar con el sacerdote entrenador: es, ante todo, la continuación del período de formación propio del Seminario. De hecho, habitualmente los diáconos tienen derecho a un día completo de estudio más allá de sus funciones pastorales y litúrgicas de acompañamiento a su superior.


Muchas gracias por tus sinceras respuestas y un fuerte abrazo en Xto. +


Te acompaño algunas fotografias del día de tu consagración como diácono.











Seguiremos en contacto Raúl.

 

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«La OGS es una comunidad religiosa anglicana de hermanos, laicos y ordenados, fundada en Cambridge en 1913, que tiene provincias en América del Norte, Australia, África meridional y Europa. Los oratorianos están unidos por una regla y una disciplina comunes y buscan vivir una vida basada en las Siete Notas. Aunque los hermanos no suelen vivir juntos en comunidad, se agrupan en «colegios» y se reúnen regularmente para orar y apoyarse, y también tienen reuniones regulares de confraternidad y retiros como provincias y como todo el Oratorio.»

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