Fuentes no cristianas acerca de la existencia de Jesús- Especial atencion al "Testimonium Flavianum", por Miquel-Àngel Tarín i Arisó
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(Parte II)
“En efecto, por un conocimiento de los hechos fundado en la propia experiencia, me vi forzado a dar cuenta pormenorizada de la guerra que nosotros los judíos sostuvimos contra los romanos, de las acciones en ella llevadas a cabo y de la manera en que terminó, todo ello a causa de los autores que en su obra mancillan la verdad.”
Flavio Josefo, Antigüedades judías, Libro I, 1.
En nuestro anterior artículo (“Fuentes no cristianas acerca de la existencia de Jesús ... Parte I. “Escritorio Anglicano”, 28 de enero de 2025) nos habíamos propuesto destacar las fuentes no cristianas que nos proporcionan un mejor conocimiento del Jesús histórico, centrándonos en la persona de Flavio Josefo, a quien habíamos presentado someramente. Ahora seguiremos ocupándonos de las fuentes judías. En consecuencia, abordaremos de nuevo a Flavio Josefo, centrándonos no obstante más especialmente en su producción literaria – aunque sin olvidar su persona - en orden a su denominado y discutido “Testimonium Flavianum.”
Titus Flavio Josefo es la fuente no cristiana más destacada mostrando el judaísmo del siglo I en sus relaciones con el cristianismo primitivo. Por esta razón, todo lo que nos diga acerca de Jesús de Nazaret y de su contexto vital habrá de interesarnos. Señalemos que, tras el desastre de la primera guerra judía, finalizada el año 70 d.C., Yosef ben Matityahu se trasladará a Roma formando parte del séquito de Tito, llegando a la ciudad eterna en el año 71 d.C. Tras serle concedida la ciudadanía romana se convertirá en cliente y pensionado de la “gens” Flavia, adoptando posteriormente el “nomen[1]” Flavio, una regla consuetudinaria de carácter ético jurídico seguida por parte de los nuevos ciudadanos romanos así promocionados por sus patrones, todavía más comprensible tratándose éstos de la familia emperatorial.
En Roma recibirá un “stipendium” o paga, considerable. También se le regalaron tierras en la misma Judea anteriormente pertenecientes a judíos vencidos durante la primera guerra. Fue obsequiado además con una “domus” o casa en la ciudad de Roma dotada generosamente con servicio. Todos estos beneficios (incluyendo la participación en las fiestas de celebración del triunfo de Tito acontecidas durante el verano del año 71 d.C., y cuya plasmación final se concretará en el famoso Arco de Tito que todavía permanece erguido en la Vía Sacra del Foro Romano, erigido por el autocrático emperador Tito Flavio Domiciano el año 81 d.C., para conmemorar la memoria de su ya fallecido hermano mayor, Tito) resultantes en definitiva del comportamiento demostrado por José en Tierra Santa, provocaron un rechazo absoluto hacia su persona por parte de los judíos de su época. Actualmente, muchos judíos continúan considerando a Yosef ben Matityahu un colaboracionista para con los romanos y por lo tanto un traidor a la patria que lo viera nacer.
Centrémonos ahora en su obra, íntegramente realizada en Roma y compuesta en la “lingua franca[2]” de la época, el griego[3].
1.- Las Antigüedades de los Judíos.
Se trata de su obra más extensa ya que abarca un total de 20 libros. Publicada sobre el año 94 d.C., en época del emperador Domiciano, siendo Josefo ya un hombre mayor[4], se ocupa de narrar con precisión exhaustiva la historia de su pueblo, es decir de los judíos. Procede comenzando a partir de la creación de Adán y Eva hasta la terminación del TANAJ. A ello le dedicará sus primeros 10 libros[5]. El resto de los libros narrarán la historia del pueblo judío entre el final del Antiguo Testamento y la revuelta que los judíos llevaron a cabo contra Roma a partir del año 66 d.C., dando inicio así a la primera gran guerra judía.
José pergeñó esta obra con una finalidad abiertamente apologética, tratando de dar a conocer la importante sociocultura judía al mayoritario resto de habitantes no judíos del imperio romano.
Para nuestro propósito antedicha obra adquiere una dimensión fundamental pues es la única de entre todos los escritos de Josefo que contiene referencias a Jesús de Nazaret, además de contener el denominado “Testimonium Flavianum”, un texto que en breve habrá de ocuparnos. Por si ello fuera poco, en la misma obra Josefo citará también otras dos importantes figuras del cristianismo primitivo: Juan el bautizador y Santiago el Justo, también denominado el hermano de Jesús[6].
1. 1. El “Testimonium Flavianum”
Probablemente el “Testimonium Flavianum” sea, junto al epistolario de san Ignacio de Antioquía y especialmente su Recensión Media, el texto más discutido por los eruditos, creyentes cristianos o no, de los últimos 500 años. Dicho texto se encuentra en el Libro XVIII, 63 - 64
de las “Antigüedades Judías” escritas como se dijo por Tito Flavio Josefo. Lo procedente sería traer a colación únicamente el texto griego, algo que escapa sin embargo al ámbito de nuestro contexto y reflexiones. Su traducción castellana bien podría ser la siguiente[7]:
“Por estas fechas vivió Jesús, un hombre sabio, si es que procede llamarlo hombre. Pues fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad. Y fueron numerosos los judíos e igualmente numerosos los griegos que ganó para su causa. Éste era el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en la cruz por denuncia presentada por las autoridades de nuestro pueblo, las gentes que lo habían amado anteriormente tampoco dejaron de hacerlo después, pues se Ies apareció vivo de nuevo al tercer día, milagro éste, así como otros más en número infinito, que los divinos profetas habían predicho de él. Y hasta el día de hoy todavía no ha desaparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él.”
Consignamos también a continuación la traducción propuesta por el muy destacado biblista y sacerdote estadounidense John Paul Meier[8], un gran especialista mundialmente reconocido por sus amplios y exhaustivos estudios sobre el Jesús histórico traspasado en el año 2022 a los 80 años de edad:
“En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, si verdaderamente se le puede llamar hombre. Porque fue autor de hechos prodigiosos, maestro de personas que reciben con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y también a muchas personas de origen griego. Él fue el Mesías. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales de entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado nunca dejaron de hacerlo. Porque él se les apareció al tercer día, vivo otra vez, tal como los divinos profetas habían hablado tanto de estas como de otras innumerables cosas maravillosas acerca de él. Y hasta este mismo día la estirpe de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido.”
Progresivamente, entre los especialistas, ha ido ganando peso la hipótesis que señala al “Testimonium Flavianum” como un fragmento del historiador judío romano Flavio Josefo de carácter auténtico, si bien interpolado. Tendremos posteriormente ocasión de discutir esta hipótesis con algo más de detalle.
No conociendo ni por asomo el o los autores de dicha interpolación, ella obedecería a los intereses de la iglesia primitiva centrados en destacar a Jesús como un ser celestial de carácter divino o semi divino, que la teología leerá como el Hijo de Dios. Naturalmente la interpolación debía ser prudente y precisa. Queremos señalar con ello moderada y exacta, valga la expresión: realizada con una “precisión quirúrgica”, pues, de no serlo, se hubiera convertido en grosera y fácilmente detectable. En efecto, ya que no en vano se practicaba sobre el texto de un autor judío confeso y por ende nada sospechoso de ser cristiano, un autor, además, José Flavio, que conocía perfectamente y de primera mano tanto los avatares de la guerra judía, la(s) teología(s) judía misma, las sectas que pululaban en Judea en los tiempos de Jesús, los pretendidos movimientos mesiánicos y sus líderes, tan frecuentes a la sazón en su época.
En aras de facilitar la comprensión a nuestro amable lector, procederemos a continuación a destacar dos tablas. En la primera de ellas señalaremos los fragmentos que la crítica considera espurios, por interpolados.
En la segunda tabla anotaremos algunas palabras griegas ya transcritas y traducidas que pueden aclarar ambos textos:
PRIMERA TABLA:
Fragmentos | Versión de José Vara Donado | Versión de John Paul Meier revisada por nosotros mismos
|
Primero / 1 |
si es que procede llamarlo hombre. |
si verdaderamente se le puede llamar hombre |
Segundo / 2 |
Éste era el Cristo |
Él fue el Mesías |
Tercero / 3 |
Pilato lo condenó a morir en la cruz por denuncia presentada por las autoridades de nuestro pueblo |
Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales de entre nosotros, lo condenó a la cruz |
Cuarto / 4
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pues se Ies apareció vivo de nuevo al tercer día, milagro éste, así como otros más en número infinito, que los divinos profetas habían predicho de él |
él se les apareció al tercer día, vivo otra vez, tal como los divinos profetas habían hablado tanto de estas como de otras innumerables cosas maravillosas acerca de él |
SEGUNDA TABLA
Palabra griega | Versión de John Paul Meier revisada por nosotros mismos
| |
Sofos anēr
| Hombre sabio | Hombre sabio |
Pardoxōn | Hechos extraordinarios | Hechos prodigiosos |
Talēte | Acanzar la verdad | Recibir con gusto la verdad |
Jr(ch)ristós |
Fue el Mesías |
Era el Cristo |
Pilátou |
Pilato |
Pilato |
Fy(u)lon |
Raza |
Estirpe |
En términos generales se trata de dos magnificas traducciones, si bien nosotros nos inclinamos por la segunda. Los fragmentos numerados: 1, 2 y 4 se insertan dentro de una corriente mayoritaria de eruditos que los consideran interpolados.
Antedichos fragmentos forman un “in crescendo” en orden a la divinidad de Jesús. En primer lugar, el fragmento número uno empieza poniendo en duda que Jesús hubiese sido un hombre, dando a entender más bien que no lo fue. Es decir, Jesús no era un hombre tal cuál lo somos nosotros, los humanos. El segundo fragmento pasa directamente desde la puesta en duda de su humanidad hasta la afirmación de su divinidad: Jesús fue le Mesías, es decir el Cristo (“jristós”). El Mesías, el ungido cuál los reyes hebreos, el esperado por Israel durante siglos y profetizado por los antiguos profetas. Esta figura tenía fundamentalmente dos facetas: la de salvador y la de rey. Por este motivo Jesús debía ser, tal y como es presentado en los evangelios, descendiente de la casa de David. Esta circunstancia es aseverada como decíamos por los evangelios, donde se consigna que Jesús pertenecía a la tribu de Judá, el cuarto hijo del patriarca Jacob.
Por ello Mateo se esfuerza en componer una genealogía de Jesús yendo desde Abraham y llegando hasta José, el padre legal de Jesús. La pertenencia de Jesús a la tribu de Judá está también atestiguada en el evangelio según san Lucas, quien nos ofrece otra genealogía de Jesús (3, 23 – 38) la cuál, aunque discordante e irreconciliable con la mateana, es sin embargo coincidente absolutamente en su consideración judaíta en orden a su linaje. De este modo, ambos evangelistas conectan a Jesús con la tribu real de cuya descendencia el Mesías debía provenir.
Recuérdese en este sentido Apc 5, 5, un texto que presenta a Jesús como el “León de Judá”. Con esta presentación el autor del libro del Apocalipsis alude además a un título mesiánico: el Mesías no tan solo es el León de la tribu de Judá, sino que además es el salvador del pueblo.
Obviamente los evangelios no se conformarán con establecer el mesianismo de Jesús por línea paterna, a través de José, sino que lo harán también mediante la línea materna. En consecuencia, tanto Myriam, como su esposo José, habrían pertenecido a la tribu de Judá. Es cierto que la genealogía establecida por san Lucas no menciona expresamente a María como perteneciente a la tribu de Judá, sin embargo sí lo hace de manera tácita, ya que la genealogía es pergeñada no en línea paterna – como hubiera sido habitual entre los judíos – sino en línea materna, algo verdaderamente sorprendente. En realidad, la importancia simbólica de María va mucho más allá puesto que también poseía lazos familiares con la tribu de Leví. Esto lo sabemos porque Isabel, probablemente su prima, descendía de antedicha tribu. Ello apunta a que María pertenecía a la dinastía davídica (Judá) por medio de su padre y a la dinastía aarónica sacerdotal (Leví) por medio de su madre, lo que eleva la dimensión mesiánica de Jesús hacia límites extraordinarios e insospechados.
En relación con la función salvadora del Mesías no nos podemos extender sin desbordar irremisiblemente los límites de nuestra reflexión. Baste decir que dentro del judaísmo coexistían diferentes figuras conceptuales mesiánicas. Josefo, como fariseo declarado, se habría referido, a condición que el texto no hubiera sido interpolado, a una figura redentora y restauradora de corte profético-apocalíptica al estilo de Moisés o Elías, que tendría la misión de llevar al judaísmo hacia su plena realización inaugurando una nueva edad en la cual el pueblo judío ocupase una situación mundial central y la luz de YWHW pudiera ser extendida allende.
Otras concepciones de origen no fariseo, bien que posteriormente aceptas por esta secta judía, se centraban en el papel soteriológico, ya no humano sino semi divino, adoptado por el “Hijo del Hombre” o “Barnasha”, en hebreo, que actuaría como una especie de plenipotenciario de Dios y cuyas características se conjugan con la del mismo, de manera que las fronteras entre uno y otro aparecerían tan diluidas como fusionadas a la par. Es el caso de Daniel quien no es - recordemos - considerado como un profeta dentro del canon hebreo, sino adscrito a la última sección de la Biblia Hebrea: los “Escritos” o “Ketuvim”.
La figura mesiánica posteriormente adoptada por los judeocristianos y desarrollada por los, con el tiempo, mucho más numerosos paganocristianos en contexto gentil, tendrá como característica fundamental el hecho de profundizar en la condición divina del Mesías matizando de este modo su humanidad. Se trata sin duda de un terreno fértil ordenado hacia la aparición de numerosas “herejías” que durante muchos siglos - y de hecho hasta hoy – propenden hacia la pendulación extrema y prácticamente exclusiva, ora sobre la divinidad, ora sobre la humanidad de Jesucristo. De ahí que el texto número cuatro que presenta el “Testimonium Flavianum” diga relación con un Jesús divinizado tras su resurrección que posee como característica fundamental la realización de milagros taumatúrgicos (“pardoxōn”), hechos no propios ni posible dentro de los parámetros vivenciales de un mero ser humano.
La resurrección de Jesús, el Cristo, habiéndose producido el primer día de la semana judía o domingo, pondría en entredicho el mismo sábado judío conduciendo a la comunidad eclesial a recordarlo como día especial y por excelencia a retener en las reuniones comunitario - litúrgicas y naturalmente eucarísticas por ser este último sacramento de carácter específicamente anamnético. Es decir, por su carácter de memorial, al ser precisamente el domingo el día en el cual el mundo conoció su salvación operada resurrección interviniente.
Esta teología dominical habría de articularse y ahondarse en el futuro por la Iglesia como un mecanismo de diferenciación entre judíos y cristianos. El hecho de que los antiguos profetas hubieran predicho el primer advenimiento de Jesús a nuestro mundo se articula como un mecanismo inverso. En efecto, si la resurrección y posterior exaltación del Cristo Jesús se articula como un mecanismo de separación, su señalamiento por parte de los profetas antiguos opera como un mecanismo de apropiación. De manera que los profetas todos, así como sus respectivas prédicas, no tan solo se ordenan a Jesús, por ser éste el Mesías que anunciaban, sino que los cristianos, su pueblo, sus seguidores, sus confesores, se convierten ahora en el “Verus Israel”, es decir, en el verdadero pueblo que ha acogido al Mesías y con éste todas las promesas que Dios hiciera al mismo, quien pasa a constituirse a partir de ahora un pueblo traidor y deicida para escarnio del Padre.
Ni que decir tiene que esta peligrosa teología no es otra que la de la xenofobia que tantas desgracias traería a los judíos en el futuro.
El texto número tres también adolece de sembrar la semilla de la discordia y de la antecitada xenofobia, léase antisemitismo en definitiva. Hay que destacar – no obstante – que la mayoría de los especialistas defienden su autoría flaviana. Otros, formando minoría, y con los que coincidimos nosotros, no. Según el texto, Flavio Josefo informaría que la acusación contra Jesús que habría de llevarlo a la cruz tuvo como origen a los mismos judíos, concretamente los “principales de entre nosotros”. Ahora bien, esto no se ajusta al caso de Nicodemo (Jn 3, 1 – 21; 7, 50 – 51; 19, 39 - 40), fariseo principal, miembro del Sanedrín y defensor de Jesús, ni tampoco a José de Arimatea, quien es incluso calificado de discípulo de Jesús (Jn 19, 28), ni para los casos de otros líderes judíos que simpatizaban con Jesús (Jn 12, 42 – 43).
En realidad los responsables de la muerte de Jesús fueron los romanos. Las autoridades judías no poseyeron nunca el “ius gladii” (“derecho de espadas”) es decir, el derecho a imponer la pena capital o pena de muerte en tiempos de Jesús. El de Nazaret murió porque Roma lo consideró un sedicioso. Un enemigo. En efecto, cada vez hay un mayor acuerdo entre los especialistas: la acusación judía de blasfemia contra Jesús obedece a razones apologéticas retomadas por los evangelistas o impostadas sobre las obras así conocidas por una segunda o incluso tercera generación cristiana, especialmente en el caso del evangelio según san Juan. Ello con la finalidad de potenciar una teología de la diferenciación entre judíos y cristianos. Esta teología, llevada a su extremo, como dijimos, se convertirá tras los siglos, desgraciadamente, en una importante matriz de difusión de antisemitismo.
La pregunta, si se nos permiten las vulgares expresiones siguientes, cae por su propio peso: ¿Acaso era Tito Flavio Josefo tonto? ... ¿Cómo un judío ferviente y piadoso, un personaje tan erudito, brillante y destacado, perfecto conocedor de su religión y, por ende, de la cada vez mayor oposición existente entre judíos y cristianos, podía referirse a Jesús, quien nunca fue reconocido Mesías de manera mayoritaria ni mucho menos definitiva entre los judíos de ninguna época, podía admitir que Jesús era más que un hombre, que era el Cristo de Dios, que los mismos judíos traicionaron a otro judío y que Jesús no tan solo fue resucitado de entre los muertos por Dios sino que además realizó milagros divinos? ...
Se trata de un imposible. Según los criterios críticos que ahora no explicitaremos por técnicos. Los textos que venimos explicitando no pueden haber salido de ningún modo del cálamo de Tito Flavio Josefo.
La Academia ha retenido, cómo señalábamos con carácter muy mayoritario, que, excepto los casos representados por las interpolaciones cristianas: textos 1, 2 y 4, y de manera mucho más minoritaria el texto 3, el “Testimonium Flavianum” es un fragmento de las “Antigüedades Judías”, Libro XVIII, 63 – 64, de carácter auténtico redactado por el historiador judío romano Flavio Josefo.
Sin embargo ello no significa que la totalidad del mundo académico coincide con la apreciación mayoritaria ...
En el próximo capítulo, antes del abordaje del resto de fuentes no cristianas citando a Jesús, nos detendremos, aunque someramente sea, en las razones que sostienen la posición minoritaria que, con el tiempo, probablemente deje de serlo.
Per semper vivit in Christo Iesu.
[1] Yosef ben Matityahu tomó como “praenomen” o nombre personal, Tito. Flavio fue su “nomen” o nombre, donado por parte de la “gens” que lo promocionaba, en este caso la familia Flavia, emperadores de Roma. En cuanto a “Josefo”, ya explicamos en nuestro anterior artículo que se trata en realidad de una incorrecta latinización influenciada de manera xenófoba e insultante por el jesuita francés Jean Hardouin, quien reservara “José” solamente para los santos cristianos. Incomprensiblemente la Academia aceptó sin espíritu crítico alguno su propuesta.
[2] Es decir, la lengua vehicular o la más generalizada entre las personas que no participan de la misma lengua materna.
[3] Hay que destacar que las traducciones latinas de sus obras fueron muy abundantes, especialmente durante la Edad Media. La primera de todas ellas se realizó en el año 1470. Algunos estudiosos piensan que originalmente Josefo podría haber escrito sus obras en arameo - su lengua materna, diríamos hoy en occidente, su lengua paterna, diría un judío. Sin embargo, esta teoría no ha sido recibida satisfactoriamente por la crítica. Fundamentalmente por dos razones que nos parecen procedentes. La primera de ellas es el perfecto conocimiento que Flavio Josefo tenía del griego, circunstancia que no obsta a que se hubiera ayudado de traductores especializados como era costumbre epocal. La segunda radica en el hecho de que, utilizando antedicha lengua, su obra lograba un alcance infinitamente más amplio. Estas consideraciones, no obstante, no valen para su obra: “De bello Iudaico” (La guerra judía), cuyos 7 libros fueron efectivamente escritos originalmente en arameo por estar especialmente dirigida a los judíos de la diáspora mesopotámica. La versión original lamentablemente no nos ha sido legada por la posteridad. Esta obra fue traducida posteriormente al griego, alrededor del año 78 d.C., por su mismo autor.
[4] No sabemos a ciencia cierta la fecha de la muerte de Josefo. No obstante, ella se produjo probablemente en el año 101 d.C., durante el reinado de Marco Ulpio Trajano, quien comenzara su reinado tres años antes. Ello significa que Flavio Josefo tendría alrededor de 63 años cuando murió, de haber nacido en el año 37 d.C., en Jerusalén. Así lo señalan la mayoría de las fuentes, si bien alguna otra - siempre de carácter minoritario - sitúa su nacimiento un año más tarde. En ese caso Flavio Josefo habría tenido 64 años al morir. Señalábamos anteriormente que José era un “hombre mayor” cuando redactó sus “Antigüedades Judías”. Y lo era, en efecto, porque a partir de los 60 años la cultura romana consideraba que un hombre entraba en la vejez convirtiéndose en un “senex”. En realidad anterior palabra se relacionaba y es la matriz derivativa de la palabra “senado”, apuntando a una asamblea de hombres ya mayores y precisamente por ello, sabios.
[5] La crítica ha demostrado no obstante que Josefo manipuló, ora por exceso ora por defecto, sin excesivo pudor ciertas perícopas bíblicas con la finalidad de convertirlas en aceptas hacia unos lectores muy mayoritariamente de cultura griega.
[6] No debemos confundir a este Santiago con Santiago el Mayor o todavía Santiago “boanerges”, que significa “hijo del trueno”, epíteto que recibiera por mor de su explosivo carácter. Hijo en realidad de Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, fue uno de entre los doce apóstoles de Jesús conociendo el martirio con toda certeza entre los años 41 – 44 d.C., bajo el reinado de Herodes Antipas.
[7] El texto lo tomamos a partir de la edición realizada por José Vara Donado, antiguo catedrático de la Universidad de Extremadura: Antigüedades Judías. Libros XII-XX, vol. II, Madrid: Akal, 1997, p. 1089.
[8] Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, t. I: Las raíces del problema y la persona, Estella: Verbo Divino, 1991, p. 83. Nosotros lo hemos traducido no obstante directamente desde la edición inglesa: A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus, t. I: The Roots of the Problem and the Person (The Anchor Bible Reference Library), 1991, p. 56
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