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San Job: Conclusiones, por Miquel-Àngel Tarín i Arisó

 

 




 

(Cuarta parte y final

 

 

“Pues con esta disposición Job probó que no encontraba su moralidad en la fe, sino su fe en la moralidad: en tal caso, a pesar de lo débil que pueda ser su fe, es a pesar pura y de un tipo verdadero, es decir el tipo de fe que se encuentra no en una religión de suplicación, sino en una religión de la buena vida y conducta”

 

Immanuel Kant

 

“El cristianismo crea más que resuelve el problema del dolor, pues el dolor no sería problema si, junto con nuestra experiencia diaria de un mundo doloroso, no hubiéramos recibido una garantía suficiente de que la realidad última es justa y amorosa”

 

Clive Staples Lewis

 

 

“Me he aferrado a mi justicia, y no la soltaré, mi corazón no se avergüenza de mis días”

 

Job 27, 6

 

En esta nuestra cuarta y última entrega intentaremos realizar un esfuerzo sintético señalando los diez corolarios que consideramos más importantes de entre las temáticas que hemos venido desarrollando hasta aquí en nuestros tres artículos anteriores, aunque focalizándolos exclusivamente en el libro de Job.

 






Primer corolario:

 

A pesar de los problemas que, desde un punto de vista histórico crítico nos plantea el libro de Job, problemas a la  sazón que ya hemos señalado en nuestras anteriores intervenciones, la principal dificultad con la que Job se encuentra, y a la que su teología hará frente, es la de intentar recomponer el trágico descosido que evidencia la rotura definitiva del método retributivo hasta entonces tradicional, que en el orden escatológico y mayoritariamente defiende Israel, es decir, la existencia de una creencia ancestral que entiende la retribución solamente como colectiva y ésta misma, sálvense ciertas excepciones, recibida siempre en nuestro mundo en forma de bendiciones materiales.

 

Es cierto que el profeta Jeremías – especialmente - concretamente en su capítulo 12, pero no exclusivamente, como demuestran los también profetas Habacuc (1) y Malaquías (3) y algunos Salmos (6, 10, 13, 74, 94) se quejan de la buena suerte de los malos y de la infelicidad de los justos, algo que se puede constatar sin dificultad en la experiencia diaria de la historia de los israelitas y de los pueblos que los circundan. Sin embargo será San Job quien llevará esta queja hasta sus máximas exigencias: es necesario un cambio radical en la concepción retributiva de Israel, pues Yahvé no es un Dios injusto sino todo lo contrario. Semejante injusticia referida por la teoría tradicional halla en Job un sólido e incólume dique que no podrá superar.

 

Segundo corolario:

 

Como decíamos anteriormente ya se han subrayado algunos de los problemas críticos que la lectura del libro de Job conlleva. Sea como fuere, es imposible que dicho texto haya sido escrito por una sola persona pues su teología es diferente e incluso abiertamente contradictoria en muchos de sus pasajes. El poema de Job (3,1- 42, 6) precedido por su bellísimo prólogo (1,1 - 2, 13) y subsiguiente epílogo escrito ahora en forma de prosa (42,7-17) presentan indudablemente teologías irreconciliables. Al Santo Job inicial que el convencionalismo del texto presenta, le sigue un Job ubicado ahora en sus antípodas: rebelde, furioso, contumaz y hasta blasfemo, un Job que se revuelve vehementemente y sin pudor contra Dios mismo y al cual convoca a universal juicio. Esa divinidad contra la que Job reacciona de un modo tan extraordinariamente agresivo no es otra que la representada por la teología tradicional de la retribución. Ante este Dios, Job dice no. Entona un sonoro hasta aquí hemos llegado. San Job se revela, en consecuencia, contra su homónimo del prólogo y del epílogo. No hay más que comprobar que Job es presentado como un hombre honesto, y por ende poseedor de grandes riquezas terrenales, contra el cual Dios envía una prueba terrible para comprobar su fe, la cual se verá azuzada por “Satán”, un sustantivo masculino singular que representa a una figura enigmática calificada por el texto como uno de los hijos de Dios y que ejerce a manera de fiscal acusador, pero que no puede identificarse de ningún modo con una figura malvada que se oponga a Dios. Una vez superada la prueba por parte de Job, el protagonista del relato, su fortuna habrá de verse enormemente ampliada mucho más allá de sus bienes originarios. Este esquema responde, efectivamente, a los mecanismos retributivos de recompensa y de castigo inherentes a la antigua teología israelítica.

 

Sin embargo, la parte escrita en forma de poema en el libro que nos ocupa está muy lejos de amoldarse ante dichos esquemas. Al contrario, los cortocircuita. Tras un monólogo reflexivo en el que Job se presenta como el sufriente por excelencia y en el que constata como Dios, de manera absolutamente injusta y por ello injustificable, a pesar de ser un hombre justo lo ha privado de todos sus bienes y ha mermado incluso considerablemente sus condiciones vitales, considera hasta fallida su existencia de manera que maldice incluso el día de su nacimiento. Solamente un oriental puede comprender adecuadamente la enorme trascendencia que comporta el hecho de no quererse existente: Job no entiende a Dios. No lo entiende porque lo mira desde una perspectiva muy diferente a la propuesta por la teología tradicional de Israel hasta la fecha. Un Dios así es un Dios injusto, y Dios no puede serlo, de manera que la retribución así concebida debe ser - piensa Job - un error de dimensiones catastróficas que invita hacia la muerte, el reverso de la entraña profunda de Dios mismo.





 

La intervención de los amigos de Job (con amigos así no se necesita ningún enemigo, dicho sea de paso) unida a la de su propia esposa lejos de hacer variar su opinión, la refuerza. De manera que estos apologetas - si se nos permite la expresión - de plastilina no lograrán con sus vaivenes teo filosóficos existenciales convencer ni por asomo al santo varón Job. No puede ser de otro modo pues Dios, si lo es, no puede ser injusto, y mucho menos inmisericorde, castigando a los buenos. Y Job se sabe justo y bueno. Por mucho que sus amigos le propongan que confiese un pecado oculto en su vida, Job debe negarse tajantemente ante tales abominables e ignominiosas exigencias. Lo contrario sería ofender a Dios, a la humanidad y a sí mismo. No es justo ni lo será nunca que los malos reciban beneficios y los justos desgracias. Y él no se encuentra entre los malvados. La solidez de la argumentación de Job es indiscutible pues se basa en su propia experiencia, la experiencia del sufriente, la experiencia del inocente, la experiencia del puro. Y como él es protagonista de su propia experiencia e historia, dígase lo que se diga, Job experimenta a Dios a partir de su pureza, no de la doblez del pecado. Para san Job no cabe ningún género de discusión.

 

Tercer corolario:

 

La rabia de Job es una rabia de justa indignación. Compromete todo su ser. La acompaña un movimiento petitorio irrenunciable de justicia que arranca desde lo más profundo de su zaherida humanidad. Y si los malos progresan y los buenos no lo hacen es que Dios “se ríe de la angustia de los inocentes” (9, 23-24) ¿Puede ello ser ni tan siquiera concebido ... De ahí su desesperación, porque no constata a partir de su experiencia y de la experiencia de la comunión de los santos la justicia divina (19,7) ni la misericordia de Dios.




 

Cuarto corolario:

 

Este anterior es sin duda el epicentro de sentido del libro de Job. De otro modo dicho: Job consigna a través de su experiencia de justo sufriente la desesperación humana ante la imposible articulación de dos sistemas teológicos que se contemplan el uno al otro como bordes, hijos ajenos a la santidad del matrimonio místico entre Israel y su Dios y, por ende, absolutamente irreconciliables. Ante esta disyuntiva no queda otra solución: uno de los dos tiene que ser abandonado como falso hijo de la promesa.

 

De ahí que la discusión de Job con sus amigos se torne abrupta, radical intransigente y hasta violenta. Mucho – todo - es lo que a través de ella se discute, pues no en vano cada dialogador defiende su personal e irrenunciable idea de Dios. Siendo que sus amigos no quieren ver lo que es evidente, es decir, el sufrimiento de los justos representado por su mismo interlocutor, Job, el Santo de Uz no puede por menos que explicitar su error denunciándolo de manera categórica y sin ningún tipo de ambage.




 

Quinto corolario:

 

Pero, por si ello no fuera poco, no todo termina aquí ni mucho menos. La exigencia de Job va más allá su propia humanidad y de la misma humanidad entera pues se dirige hacia Dios y contra Dios mismo. Como Job nunca dejará de creer en un Dios justo, ante el escándalo de un dios diferente, es comprensible su blasfemia. Una blasfemia, quede claro, dirigida contra un dios que es en realidad blasfemo contra la humanidad. Es decir un dios falso. Este Dios no es Dios, es Moloc, es un ídolo que nos hemos construido nosotros mismos muy a pesar Suyo defendiendo una retribución impropia de Su carácter.

 

Sexto corolario:

 

La grandeza de Job, entre otras muchas cosas, radica especialmente en su confianza inquebrantable en Dios. Dios es bueno. Y si lo es, no puede hacer sufrir a nadie y menos todavía a los seres inocentes. Job no dudará nunca del Dios verdadero. Pero tampoco puede dudar de sí mismo porque su experiencia sufriente se fundamenta también en la misma veracidad que a Dios toca. Este anterior juego de veracidades provoca inevitablemente la entrada en escena de una incomprensión fundamental que deberá ser dirimida. No obstante, a diferencia de los filósofos de la sospecha, o incluso de los filósofos de lo absurdo como Albert Camus o Jean Paul Sartre, Job no es un ateo moderno sino un creyente fiel que incomprende y que por ello duda.




 

Séptimo corolario:

 

Esta confianza ciega en Dios, similar a la que tendrá en su día Abraham, el padre de Israel y el de los monoteísmos todos, nos obliga a reconocer en otro no israelita al padre de la fe israelítica y de la fe del mundo: Job se convierte de este modo en el prototipo de creyente. Entonces ¿puede Dios restar silente ante uno de los más grandes y destacados padres de la fe que será para siempre recordado por la humanidad como modelo ... No. Se exige de la bondad y de la justicia divina una respuesta. Y Dios la va a facilitar. Lo hará mediante el tenor de los capítulos 38 al 41, el final de la parte poética, a través de los cuales Yahvé desplegará ante Job toda su magnificencia, todo su honor y todo su plenipoder. Se trata de un recurso literario denominado “ad maiore” que tiene como propósito hacer desaparecer en la insignificancia tanto al hombre Job como a su “pequeño” problema. En efecto pues ¿cómo puede un hombre que no es más que un ser finito, pequeño e insignificante, un ser creado en definitiva, discutir con Dios el creador de todas las cosas exigiéndole explicaciones e incluso un determinado comportamiento ...

 

Octavo corolario:

 

Desafortunadamente, como el amable lector habrá podido concluir, de nuevo el texto cambia de mano y de sentido abrazando una vez más la antigua teología tradicional. De este modo, el juego de veracidades, provocador inevitable de la entrada en escena de una incomprensión fundamental entre Job ( la humanidad) y Dios, nunca será expresamente dirimido. De manera que las exigencias de Job, de ese humano rebelde, contrariado, decepcionado, irascible y provocador que ha sido capaz de convocar al mismísimo Dios a juicio universal se diluyen ahora como un azucarillo dentro de una taza de café caliente. Ante la grandeza de Dios, un Job aquiescente y manso aceptará su experiencia vital dándola finalmente como buena. La requisición de Job queda de este modo emasculada y sin respuesta. Job ha sido silenciado y aplastado por la omnipotencia divina.




 

Noveno corolario:

 

Sin embargo, por mucho que los redactores finales del extraordinario libro que nos ocupa se hayan esforzado en ocultar / matizar su extraordinario discurso, el sistema retributivo hasta entonces tradicionalmente imperante, si bien ciertamente vivirá algún tiempo más, resta a partir de entonces tocado definitivamente de muerte: ya nada volverá a ser igual. Las reflexiones angustiadas del santo varón de Uz pesan mucho, tanto por lo que apunta tácitamente como por lo que le permiten explicitar expresamente. Ellas exigen inapelablemente un respuesta de sentido que comporte una nueva perspectiva a partir de la cual vislumbrar la justicia y la misericordia divinas.

 

Décimo corolario:

 

A pesar de sus esfuerzos, los editores de Job no han podido robarle su actualidad. Y si bien es cierto que un hombre moderno no podría jamás aceptar el discurso final del mismo, que nos devuelve a san Job como un manso y asertivo sufriente, el Dios de Job es el Dios verdadero. Es el Único Dios. Es el Dios que conserva inalterada su esencia profunda de justicia y de misericordia. No existirá nunca más ningún espacio de razonabilidad teológica para una divinidad que retribuya injusta y arbitrariamente a sus hijos. Job se convierte de este modo en el pionero de la fe en un Dios que probablemente solamente llegue a intuir, pero que permite ser, a pesar de todo, desvelado por parte de la creaturidad. No será ya obra de Job proceder a este desvelamiento, sino tan solo guiar hacia el mismo. Otros textos posteriores, como por ejemplo el Eclesiastés, se ocuparán de la labor.

 

Pero eso, ya es otra historia. Una historia que trataremos de discernir en nuestras intervenciones posteriores en este ya tan querido escritorio anglicano.

 

 

 

Per semper vivit in Christo Iesu  

 

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