Título. Pactos antiguos, realidades modernas, por el Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga.
El escrito bíblico que designamos como nuestras biblias en español Éxodo[1] es lo que se dice una auténtica joya, y no solo en un sentido. Por un lado, supone un constante desafío para quienes desean ver en sus capítulos, especialmente en los catorce primeros, un documento histórico fidedigno de la liberación de Israel de la opresión egipcia[2] y sus circunstancias[3]; por otro, hace gala de una riqueza de imágenes y figuras literarias que únicamente se encuentran en las grandes obras maestras consideradas como patrimonio indiscutible del género humano; por otro, ha sido constante inspiración para quienes han entendido el mensaje de Dios a la humanidad como una llamada a la lucha por la liberación de los pueblos oprimidos[4]; en último lugar, son bastantes los estudiosos y especialistas que lo consideran nada más y nada menos que el centro teológico del Antiguo Testamento por ser vehiculador de tres conceptos capitales para el pensamiento religioso de Israel: elección, liberación (o redención) y alianza (o pacto)[5].
Sea como fuere, hoy es ya algo reconocido por todos que el Éxodo constituye una recopilación de tradiciones antiquísimas, de muy diversa índole[6], que, por medio de un estilo netamente midrásico[7], aluden a un hecho capital: la revelación histórica de Dios a Israel por medio de Moisés[8].
Los capítulos 19-24 conforman una importantísima sección de este libro bíblico: son el testimonio de la alianza o pacto realizado por Dios con Israel al pie del Sinaí en tanto que especial pueblo suyo recién rescatado de Egipto. No tenemos intención alguna de efectuar un comentario de estos pasajes en el sentido que se da habitualmente a esta palabra; el lector interesado en el tema puede acudir a comentarios especializados en nuestro idioma y en otros de nuestro entorno cultural europeo[9]. Tan solo pretendemos compartir con el amable lector unas reflexiones que tuvimos el privilegio de exponer en línea hace unas semanas en el seminario internacional latinoamericano
[10].
En relación con el texto como tal, Éxodo 19-24 muestra en su versión actual una clara acumulación redaccional de tradiciones distintas: por un lado, los capítulos 19, 1 – 20, 21 y el capítulo 24 recogen los relatos del pacto de Dios con Israel, desde la llegada del pueblo al pie del Sinaí (capítulo 19) hasta la ratificación de la alianza con un sacrificio cruento y la curiosa escena en la que Moisés, Aarón con sus hijos y los ancianos de Israel celebran un banquete ritual en lo alto del monte ante la presencia de Dios (capítulo 24), pasando por la promulgación divina del Decálogo ante el pueblo (capítulo 20, 1-21); por el otro, los capítulos 20, 22 – 23, 33, insertados dentro de los relatos del pacto en la redacción definitiva de estas tradiciones, constituyen todo un conjunto independiente de distinto origen al que los especialistas designan desde el siglo pasado con el nombre de Código de la Alianza.
El relato del pacto contiene hermosas enseñanzas para los lectores actuales de la Biblia. En el capítulo 19 se señala, entre otros detalles importantes, una declaración de principios fundamental: tras indicar Dios su deseo de que Israel sea un pueblo consagrado a él en obediencia, su especial tesoro, la primera parte del versículo 6 recoge las palabras del Señor
“Y vosotros me seréis un reino de sacerdote, y gente santa”[11].
No volvemos a encontrar declaración divina similar en el resto del Antiguo Testamento, y no sin razón. El mismo Israel que, llevado por el entusiasmo del momento, aseguró su intención de cumplir todo lo que Dios había dicho (versículo 8), era el mismo que nunca se percibió a sí mismo como reino de sacerdotes, como pueblo sacerdotal, traicionando así la misión con la que Dios lo había concebido. La historia ulterior de Israel que recogen los así llamados Libros históricos (de Josué a Ester en la división tradicional de los libros veterotestamentarios en las biblias cristianas[12]) evidencia muy a las claras que el pueblo del pacto vivió en una atmósfera permanente de guerra y conflictos con sus vecinos, sin ninguna conciencia de su cometido sacerdotal, es decir, sin contemplar a las demás naciones como pueblos por los que habría de interceder a fin de que fueran también beneficiarios de la bondad divina. Unos pocos pasajes muy selectos de la predicación de los profetas se desmarcarán de esta tendencia general[13], que luego el judaísmo aún acentuará más[14].
Los versículos iniciales del capítulo 20 muestran la versión más conocida del Decálogo de la Alianza[15], popularmente designado como los Diez Mandamientos[16] y también llamado en ocasiones la Ley Moral o simplemente la Ley de Dios por antonomasia. No son pocos los estudiosos actuales que consideran estos mandamientos o palabras[17] como aportación realmente mosaica del libro del Éxodo y del conjunto del Pentateuco dada su evidente antigüedad, al menos en lo que se supone sería su redacción original, más sencilla que la que hoy leemos en la Biblia[18]. Sea como fuere, el Decálogo no representa —pese a su designación popular— una ley o un código en el sentido que hoy damos a estos términos[19], es decir, no está compuesto por leyes casuísticas, sino por lo que los especialistas llaman leyes apodícticas. Es importante distinguir estos conceptos. Las leyes casuísticas son aquellas que responden a situaciones dadas en la convivencia de las comunidades humanas y tienen como finalidad regular las relaciones entre las personas impidiendo situaciones conflictivas que ya se han producido; un ejemplo es la regulación de la velocidad máxima en el código de la circulación a fin de evitar accidentes como los que ya han tenido lugar. Las leyes apodícticas no tienen en cuenta situaciones previas, sino que enuncian principios generales de convivencia. De este modo, las diez palabras o sentencias[20] del Decálogo lejos de ser enunciados meramente legales por boca de un jurista o un legislador apuntan a principios universales propios de la ley natural, especialmente en lo que se refiere a la relación entre los seres humanos, de modo que su autoría se atribuye de manera directa al Creador.
El capítulo 24 concluye el relato de la Alianza[21] con la mención de un sacrificio cruento para ratificar el pacto, oficiado antes de la institución del sacerdocio levítico y aarónico (que en la narración del Éxodo tendrá lugar en los capítulos siguientes), y la curiosa escena a la que antes apuntábamos de un banquete en lo alto del Sinaí y en presencia del Dios de Israel en el que participan Moisés y su hermano Aarón con sus hijos, así como una notable representación de los ancianos de Israel[22]. El autor revela sus calidades literarias al describir con su lenguaje vitalista lo que aquellos hombres contemplan de la gloria divina. Sin duda alguna, tenemos en este capítulo la mención de un banquete ritual de ratificación de una alianza, algo típico en las culturas del Medio Oriente antiguo, pero con la clara intervención de Dios. El filósofo judío Martin Buber afirmará que en aquella solemne ocasión fue Dios quien organizó el banquete y que Moisés y los demás fueron sus invitados, lo cual conforma una imagen totalmente antropomórfica del Dios de Israel, muy similar a la que encontramos en otras tradiciones sacras, pero que, lejos de indicar exclusivamente primitivismo, contiene una hermosa teología[23]: Dios está presente con su pueblo, no siempre se muestra como una divinidad terrible y distante (ver la teofanía de los capítulos 19 y 20 y el terror del pueblo tras escuchar las palabras divinas del Decálogo) y comparte con él el gozo de un pacto que lo liga a su destino, pues su único deseo es bendecir a la descendencia de Jacob.
El tono de los capítulos 20, 22 – 23, 33, insertados en la redacción definitiva del Éxodo dentro del relato de la Alianza, es completamente distinto de lo indicado hasta aquí. Aunque el nombre técnico con que se los conoce (Código de la Alianza) está tomado de la alusión al libro del pacto[24] que leemos en Éxodo 24, 7, el marco no tiene nada que ver con el Sinaí, pese a los intentos de los redactores finales de introducir a Dios y a Moisés en el texto actual, sino que parece reflejar una situación harto diferente, la del pueblo plenamente asentado en la tierra prometida con un tipo de cultura agropecuaria distinto de la economía del desierto que hallamos en las tradiciones del Pentateuco en general. Es un Israel bien establecido, bien aposentado, que precisa regular de manera muy estricta ciertas condiciones vitales que presentan conflictos o han sido fuente de ellos en otros momentos no muy lejanos. En general, se trata de un documento posterior a las tradiciones mosaicas, un código legal (¡ahora sí!) casuístico en su mayor parte, que muestra lo que debía ser el derecho consuetudinario del antiguo Israel, y que los especialistas suelen ubicar hacia el siglo XI a. C., la presunta época de los Jueces de Israel; no hay alusiones en todo el texto a autoridad central alguna y la vida del pueblo tiene visos de cierta inseguridad, así como rasgos evidentes de inmersión en la cultura cananea. Con todo, se hace también patente la importancia de la religión y del culto en la vida nacional. Aun implantado en tierra de costumbres ancestrales paganas, Israel tiene al Dios de sus padres como su Dios y este código le prescribe una estricta observancia de ciertos preceptos sagrados, algunos de ellos mencionados en el Decálogo.
Llegados aquí, se impone una lectura crística[25] que englobe el conjunto narrativo de Éxodo 19-24 tal como lo hemos recibido en nuestras versiones de la Biblia, una lectura que actualice los conceptos antiguos que presenta y los haga válidos para la Iglesia de hoy. El Antiguo Testamento debe ser entendido como palabra real de Dios revelada a los hombres, pero ello solo es posible siguiendo muy de cerca lo que el propio Jesús dice en San Lucas 24, 44 y San Juan 5, 39. De ahí que, aplicado este principio de lectura cristológica, Éxodo 19-24 contenga para nosotros los siguientes puntos de interés, que expresamos brevemente a continuación:
En primer lugar, las nociones de elección, redención y pacto hallan su pleno cumplimiento en la persona y la obra de Cristo Jesús, quien asume en sí mismo todo el significado de la Historia de la Salvación y lo lleva a su máxima realización en su enseñanza, su vida, su muerte y su Resurrección (y Ascensión). Lo que el antiguo Israel vivió en los acontecimientos del éxodo de Egipto y del Sinaí no es sino una anticipación de lo que el Mesías habría de vivir y de ser en relación con el pueblo de Dios y con el conjunto del género humano, todo lo cual encontrará su punto final en la Parusía en tanto que conclusión de la Historia Salvífica.
En segundo lugar, el pacto llevado a cabo por Cristo no es semejante a la alianza del Sinaí. Esta última fue algo temporal, circunscrito a un pueblo y unas circunstancias históricas, mientras que cuanto fue operado por Cristo tiene un valor eterno y es de alcance universal. La alianza del Sinaí encuentra su sentido dentro del marco de la Historia de la Salvación como una especie de paréntesis temporal reservado a los descendientes de Jacob —paréntesis que algunos prefieren llamar dispensación de la ley— previo a la manifestación definitiva de Dios al mundo entero a través de su Hijo, es decir, lo que algunos llaman la dispensación de la Gracia.
En tercer lugar, el actual pueblo de Dios debe de asumir su responsabilidad como pueblo sacerdotal asociado al sacerdocio eterno de Cristo [26]. El gran error en que cayó el antiguo pueblo de Israel al no tener en cuenta que tal era su misión en el mundo no puede ser hoy el error de la Iglesia. Nuestro cometido como tal es interceder por los demás; la proclamación del evangelio no puede tener un sentido catastrófico de condena y rechazo del mundo y quienes lo habitan, sino una invitación a participar de la Redención llevada a término por Jesús. De ahí que la Iglesia, como el antiguo Israel, esté llamada a la santidad, vale decir, a una consagración al servicio de Dios —lo que se traduce por un servicio pleno al género humano— que no ha de ser menos que total y completa.
En cuarto lugar, la Iglesia en tanto que nuevo pueblo de Dios está llamada a vivir en su seno los principios de caridad cristiana, solidaridad con los menos favorecidos, empatía y compasión para con los que sufren y los desheredados, conforme a la enseñanza de Jesús manifestada en el Sermón de la Montaña o Sermón del Monte (San Mateo 5-7), considerado por muchos como la nueva ley, la Charta Magna del Reino de Dios manifestado en Cristo y que pone el punto final a las antiguas leyes de Israel. Los principios morales universales enunciados en el Decálogo y esbozados en algunas disposiciones del Código de la Alianza tal como hoy lo leemos encuentran su conclusión y su máxima realización en la instrucción impartida por Jesús a sus discípulos, en la que se fundamenta el cristianismo.
En quinto y último lugar, el conjunto literario de Éxodo 19-24, muy especialmente en el último capítulo, señala la presencia permanente de Dios con su pueblo, que en el Nuevo Testamento se materializa en la Encarnación del Verbo (San Juan 1, 1-18) y, en lo que se refiere a la vida de la Iglesia, en la presencia sacramental de Cristo Jesús (1 Corintios 11, 23-26). La obra de Cristo a favor del género humano, cuya culminación es su muerte y Resurrección, supone el contrapunto de todo aquel sistema sacrificial cruento israelita y preisraelita[27] para dar paso a una relación entre Dios y el hombre completamente distinta, una relación fundamentada en el propio Jesús y que está marcada por esa comunión plena de la que el banquete en lo alto del Sinaí es una hermosa figura anticipativa.
Como muchas veces se ha afirmado en medios cristianos, y estamos plenamente de acuerdo con ello, solo en Cristo Jesús hallan las Sagradas Escrituras veterotestamentarias su sentido auténtico, su más profundo significado y su máxima belleza.
SOLI DEO GLORIA
[1] En otros idiomas recibe el nombre de Segundo libro de Moisés. Así lo hemos comprobado personalmente con ediciones de las Sagradas Escrituras en alemán y en islandés. En euskara se llama Irteera, o sea, “salida”, pues tal es el significado etimológico de la palabra éxodo, término de origen griego. [2] Son, por lo general, creyentes muy conservadores quienes se empeñan en que así sea, pero la realidad histórica y arqueológica va por otros derroteros. Para ello ver FINKELSTEIN, I. y SILBERMAN, N. A. La Biblia desenterrada: Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados. Siglo XXI de España Editores S.A. 2003. [3] Una buena descripción de las plagas desde un punto de vista científico y racional se encuentra en el hoy ya clásico trabajo de GARCÍA CORDERO, M. La Biblia y el legado del antiguo Oriente. El entorno cultural de la historia de salvación. BAC, 1977. [4] Así la llamada Teología de la Liberación latinoamericana. Ver CODINA, V. “La teología de la liberación, 50 años después” en Éxodo 153, 2020. [5] Ver en este sentido la introducción de nuestro libro Lecciones sobre el Éxodo, publicado por Editorial Mundo Bíblico en 2011. [6] Tanto que la redacción actual del escrito, la que hoy leemos en nuestras biblias al uso, lo evidencia de manera harto patente. Ver en este sentido el volumen I del Comentario Bíblico San Jerónimo en sus páginas consagradas a este escrito veterotestamentario. [7]Género literario dirigido al estudio o investigación que facilite la comprensión del Antiguo Testamento. Toma elementos actuales para ejemplificar de modo comprensible textos antiguos. http://enciclopedia.us.es > index.php > Midrash [8] Sobre las cuestiones acerca de la historicidad de Moisés, jamás puesta en duda por la investigación hasta tiempos recientes, ver la introducción al Éxodo en RÖMER, T., MACCHI, J.-D. et alt. Introducción al Antiguo Testamento. Desclée de Brouwer, 2008. [9] Mencionamos unos pocos destacados: ANDIÑACH, P. R. El libro del Éxodo. Ediciones Sígueme, 2006; GARCÍA LÓPEZ, F. Éxodo. Desclée de Brouwer, 2007; JÓDAR ESTRELLA, C. Éxodo. BAC, 2020; MICHAELI, F. Le livre de l’Éxode. Labor et Fides, 1974; RÖMER, T. L’Exode. Labor et Fides, 2017. [10] Aprovechamos la ocasión para agradecer a su director d. Adolfo Céspedes Maestre Jr la inmensa amabilidad que tuvo al invitarnos a colaborar con él en la exposición. [11] Las citas bíblicas siempre se toman de la versión RVR60. [12] En las ediciones judías de la Biblia Hebrea, así como en las ecuménicas o interconfesionales, los libros históricos se distribuyen entre las secciones de los llamados Profetas primeros (Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes) y parte de los Escritos (Rut, Ester, Esdras, Nehemías, 1 y 2 Crónicas). Las ediciones bíblicas que incluyen los libros deuterocanónicos incluyen entre los libros históricos 1 y 2 Macabeos, Tobías, Judit y los añadidos griegos al libro de Ester. [13] Ver los oráculos Isaías 2, 1-4 (paralelo a Miqueas 4, 1-5) y 19, los más representativos. [14] Los libros de Esdras y Nehemías, que reflejan bien el primer judaísmo inmediatamente posterior a la cautividad babilónica, rezuman una atmósfera de xenofobia y rechazo visceral a los no israelitas. Escritos como los libros de Rut y Jonás presentan una clara protesta contra este oscurantismo inicial que, desgraciadamente, marcará el naciente judaísmo con una impronta jamás borrada. [15] La más antigua, según el parecer de algunos especialistas, es la que leemos hoy en Deuteronomio 5, 6-21. Cf. RENNES, J. Le Deutéronome. Labor et Fides, 1967. [16] Recuérdese la inmortal superproducción del mismo nombre que saltó a las pantallas de todo el mundo en 1956 protagonizada por Charlton Heston, Yvonne De Carlo y Yul Brynner. [17] Así en el texto hebreo (asher haddebarim) de Éxodo 34, 28; Deuteronomio 4, 13; 10, 4. [18] Ver a este respecto nuestro libro Teología del Antiguo Testamento. El mensaje divino contenido en la ley, los profetas y los escritos. CLIE, 2018, en la parte consagrada al estudio de los pactos y la ley. [19] Toda nuestra terminología legal y el significado subyacente tienen un claro origen latino, el Derecho Romano. [20] Como hemos dicho, el texto sagrado alude a estas diez sentencias como debarim, es decir, palabras. Para expresar lo que entendemos por “mandamientos”, la lengua hebrea dispone de otros términos, el más conocido de los cuales es mitzvoth. [21] Para la importancia del concepto de alianza o pacto (en hebreo berith) consúltese el gran clásico de EICHRODT, W. Teología del Antiguo Testamento. Ediciones Cristiandad, 1975. [22] La presencia de los ancianos constituye sin duda un recuerdo histórico de que la Alianza con Dios tuvo lugar cuando el pueblo de Israel era aún una comunidad tribal, no un estado organizado y estructurado. [23] Piénsese que las tradiciones del Éxodo, como otras del Pentateuco, son recopiladas y puestas por escrito durante la restauración tras la cautividad babilónica, cuando el pensamiento acerca de Dios había evolucionado mucho y se había liberado del grosero materialismo de épocas pretéritas. Hemos de suponer que los hagiógrafos recopiladores y redactores definitivos conservaron imágenes y cuadros primitivos porque en ellos entendían algo más de lo aparente. [24] Sepher habberith. [25] Ni que decir tiene que este tipo de lecturas no son aceptadas por el judaísmo, que las considera espurias. El judaísmo tradicional —no el que efectúa estudios científicos sobre las Escrituras— solo ve en estos relatos su historia nacional [26] Ver en este sentido la Epístola a los Hebreos y los comentarios que se han realizado sobre ella. Nos permitimos recomendar el del reformador Calvino, publicado en nuestro idioma por la Subcomisión de Literatura Reformada, así como los ya clásicos de C. Spicq y A. Vanhoye en lengua francesa. [27] Ver los sacrificios de la Era Patriarcal referenciados en las tradiciones del Génesis.
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