Vocación divina, instrumentos humanos, por Rvdo. Juan María Tellería.
VOCACIÓN DIVINA, INSTRUMENTOS HUMANOS[1]
La declaración de Jesús “rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (San Mateo 9, 38)[2] ha constituido siempre un cimiento importante para cualquier reflexión sobre las vocaciones ministeriales, entendiéndose, por un lado, que son absolutamente necesarias para el desarrollo y la vida de la Iglesia[3], y por el otro, que no se trata de simples anhelos o deseos humanos, sino que proceden directamente de la voluntad de Dios[4]. Es él quien llama a hombres y mujeres a los sagrados ministerios[5], por lo que la Iglesia es exhortada a orar, a pedir de continuo que esos llamados sean efectuados. No es porque sí que las palabras mencionadas del Señor Jesús sean precedidas por otras en las que el Salvador declara ser mucha la mies, mas pocos los obreros[6].
No es en absoluto nuestro propósito llevar a cabo con esta reflexión una apología del ministerio clerical o justificar su existencia. Simplemente deseamos destacar unos rasgos que deben de caracterizar las vocaciones a los Sagrados Ministerios y para ello, teniendo siempre in mente las palabras de Cristo más arriba referidas, fijar nuestra atención en dos pasajes muy particulares de los libros 1 y 2 Reyes, más concretamente del gran conjunto narrativo al que los especialistas designan como Ciclo de Elías[7], centrado en la figura de aquel gran siervo de Dios a quien tocó vivir una época particularmente complicada del reino septentrional de Israel. Dada su brevedad, nos permitiremos citarlos in extenso.
El primero lo hallamos en 1 Reyes 19, 19-21, donde leemos:
“19 Partiendo él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por delante de él, echó sobre él su manto. 20 Entonces dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elías, y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo? 21 Y se volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la carne, y la dio al pueblo para que comiesen. Después se levantó y fue tras Elías, y le servía.”
Sin pretender adentrarnos en cuestiones exegéticas suscitadas por este pasaje, que son muchas y harto interesantes, vamos a centrarnos en dos importantes enseñanzas que el texto nos transmite en relación con el tema que estamos tratando.
En primer lugar, EL LLAMADO A LOS SAGRADOS MINISTERIOS ES INESPERADO, SE ENCUENTRA FUERA DEL CONTROL HUMANO. El narrador introduce en escena al futuro profeta Eliseo designándolo por su patronímico (“hijo de Safat” o, en hebreo, Ben-Saphat) y destacando una característica de gran importancia: es un hombre pudiente, procedente sin duda de un linaje acomodado. No todo el mundo poseía en el Israel de la época doce yuntas de bueyes, algo propio de solo gente muy rica. Toda la trama narrativa muestra que él no esperaba llamado alguno, vivía muy bien y tenía buen cuidado de sus propiedades participando directamente del trabajo con sus criados; por decirlo en pocas palabras, Eliseo debía ser alguien que tenía ya su vida más que trazada. Pero Dios llama a quien quiere, donde quiere, cuando quiere y como quiere, sin que la posición social o económica ni ninguna otra condición suponga un obstáculo o un impedimento para él. De igual modo que otros muchos personajes de las Sagradas Escrituras, Eliseo recibió un llamado divino en medio de sus quehaceres habituales[8]. No deja de tener también su interés el hecho de que, en este caso concreto, el llamado de Dios se produjera por medio de un instrumento tan humano y tan frágil como era el profeta Elías[9]. Son muchos los lectores actuales de la Santa Biblia dados a imaginar que un llamado divino conlleva siempre manifestaciones sobrenaturales; ahí están las historias de Moisés y la zarza ardiente[10], de Isaías en el templo de Jerusalén[11] o de Saulo de Tarso en el camino de Damasco[12], por no mencionar sino tres de las más emblemáticas, para refrendar tal opinión. Pero también contienen las Sagradas Escrituras llamados mucho más sencillos, mucho más simples, como los de los propios apóstoles antes mencionados, e incluso otros que nos son totalmente desconocidos[13]. Eliseo fue reclutado para el ministerio profético en Israel por Elías, un ser humano por otro ser humano, porque Dios efectúa sus llamados por medio de quien quiere. Su soberanía es absoluta.
En segundo lugar, DEBE DE RESPONDERSE CON UNA ACTITUD POSITIVA, CON EL GOZO DE QUIEN SE SABE ESPECIALMENTE ELEGIDO POR DIOS PARA UNA MISIÓN MUY ESPECÍFICA. Cuando se lee en este pasaje de 1 Reyes la reacción de Eliseo ante el gesto de Elías, ante su invitación a seguirle, se comprende bien lo que queremos decir. Eliseo no solo acepta lo inesperado, no solo asiente al llamado efectuado por Elías[14], sino que lo celebra por medio de algo que, a todas luces, en aquella época remota podría entenderse como un gran banquete del que se hace partícipe a cuantos lo rodean, familiares, servidumbre, amigos y vecinos. El detalle de desprenderse de dos bueyes de su propiedad y hasta de un arado[15] viene a simbolizar la renuncia consciente de Eliseo a todo cuanto hasta ese momento había constituido su vida para dar inicio a un nuevo rumbo, a un camino distinto en el servicio al Dios de Israel. Un cuadro parecido hallamos en San Marcos 9, 13-15 y San Lucas 5, 27-29, donde los evangelistas refieren el banquete organizado por Leví Mateo en su propia casa para celebrar su vocación al discipulado, un llamado efectuado por el propio Señor Jesús. Aunque demasiadas veces se ha querido entender las vocaciones religiosas como una dolorosa (auto)mutilación de la persona, incluso como una especie de trágica muerte en vida[16], lo cierto es que, a la luz de las Sagradas Escrituras, constituyen un motivo de alabanza y glorificación de Dios, vale decir, un motivo de alegría. Quien asume el llamado divino como lo que realmente es, y sin cerrar nunca los ojos a las crudas realidades que ello puede conllevar[17], manifestará gratitud por haber sido elegido y hará a los demás partícipes de su contentamiento. En este sentido, el contraste de la actitud de Eliseo o de Leví Mateo con las de aquellos para nosotros anónimos que fueron también llamados por Jesús en la narración de San Lucas 9, 57-62, es flagrante.
El segundo texto, 2 Reyes 2, 9, reza así:
“Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí”.
El contexto de este versículo es, a todas luces, un contexto de despedida y de prodigios sobrenaturales[18]. Elías se apresta a partir, sabe que va a ser arrebatado por Dios y desea que su discípulo Eliseo, quien continuará su obra, formule una petición a la que él pueda responder. Las palabras de Eliseo, tal como vienen referidas, resultan un tanto enigmáticas para nosotros, pero en este caso no se trata de un texto original corrupto o difícil de leer, sino que alude claramente a una disposición muy antigua recogida en Deuteronomio 21, 17, así como en algunas leyes asirias, en relación con los derechos de primogenitura: el primogénito recibe una doble porción de herencia frente al resto de sus hermanos.
La peculiar petición de Eliseo reviste una enorme importancia para cuantos son llamados a los Sagrados Ministerios cuando reconocemos en ella UN DESEO DE LEGITIMIDAD Y DE CONTINUIDAD. No debía de resultar fácil ser el continuador de una figura profética de la importancia y la trascendencia de Elías, por lo cual era preciso que el sucesor tuviera el reconocimiento de Israel en las arduas tareas que le aguardaban. El resto de la historia narrada en 2 Reyes 2 y los capítulos siguientes evidencian con creces que la petición de Eliseo fue debidamente atendida. Y ello apunta a la realidad de los Sagrados Ministerios en la Iglesia de Cristo. La descontrolada proliferación de confesiones, denominaciones, “iglesias”[19], movimientos y sectas que padece el cristianismo contemporáneo exige de manera imperiosa un ejercicio ministerial digno de tal nombre, con la debida acreditación y la ineludible formación. Hemos conocido en persona, lamentablemente, los resultados de esa explosión denominacional a la que aludíamos, uno de los cuales es, precisamente, la carencia de un fundamento firme de muchos presuntos ministerios hoy existentes; proliferan los “pastores” y los “siervos” —¡cuando no hasta los “apóstoles”, “profetas” y “ungidos”!— hechos a sí mismos, sin la más mínima cultura, no ya bíblica, sino general, que han convertido la vocación religiosa en un simple negocio particular, cuando no en un circo que solo atrae la repulsa social. Nadie se lleve a engaño: el ministerio en la Iglesia universal de Cristo tiene un claro fundamento apostólico, no obedece a presuntas “inspiraciones” de un momento que se puedan dar aisladas aquí o allí[20]. El llamado, la vocación al servicio a Dios y a la Iglesia, debe ostentar unas garantías de seriedad, de dignidad y de continuidad con los fundamentos neotestamentarios. En ello la Iglesia tiene una enorme responsabilidad. De nada sirve rogar al Señor de la mies que envíe obreros si la Iglesia no está preparada ni dispuesta a recibirlos, a proveer los medios necesarios para su debida formación y a su sostenimiento en el desempeño de sus tareas.
La historia de Elías y Eliseo, tal como se lee en el brevísimo bosquejo que hemos presentado, es emblemática en este sentido y sienta unos principios fundamentales:
1. Dios llama a quienes han de servirle en los Sagrados Ministerios y lo hace donde él quiere, cuando él quiere y por medio de quien —o de lo que— él quiere.
2. La persona recibe el llamado y lo acepta con gratitud y con alegría.
3. La Iglesia reconoce ese llamado y le da el reconocimiento correspondiente con todo cuanto ello implica.
SOLI DEO GLORIA
[1] Ponencia presentada en la parroquia de la Natividad, de Reus (Tarragona), perteneciente a la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE), el 18 de abril del presente año, festividad del Lunes de Pascua, con ocasión del primer encuentro o reunión de las parroquias y puntos de misión del área mediterránea tras la pandemia. [2] Las citas bíblicas se toman de la versión RVR60. [3] Recuérdese la imagen bíblica recurrente de las ovejas que no tienen pastor (1 Reyes 22, 17; San Mateo 9, 36). [4] Como evidencia una constante y tenaz experiencia, las presuntas vocaciones ministeriales únicamente motivadas por deseos humanos se notan demasiado y no suelen concluir demasiado bien. [5] La IERE, como muchas otras diócesis de la Comunión Anglicana, reconoce sin problemas el ministerio femenino. [6] San Mateo 9, 37. [7] 1 Reyes 17 – 2 Reyes 2. Aunque la mayoría de los especialistas consultados indican 2 Reyes 1 como el último capítulo del Ciclo de Elías y engloban el capítulo 2 como el primero del llamado Ciclo de Eliseo, preferimos alargar el Ciclo de Elías hasta el relato de su partida al cielo en un carro de fuego. El Ciclo de Eliseo está en sus comienzos intrínsecamente ligado al de su maestro Elías, de modo que no siempre es fácil delimitarlos. Tal rasgo es muy propio de la literatura bíblica en general. Cf. los límites de los ciclos patriarcales en Génesis 12-50. [8] Recuérdese el llamado a los primeros apóstoles cuando estaban enfaenados en sus tareas (San Mateo 4, 21-22), a Leví Mateo en el telonio (San Lucas 5, 27-28), y a tantos otros. [9] Aunque se tiende a exaltar a Elías como uno de los grandes campeones de la fe en el Antiguo Israel, lo que sin duda fue para su momento, no se ha de olvidar que también fue un hombre frágil, propenso al desánimo y, con toda probabilidad, un hombre de tendencia depresiva. Cf. en este sentido la historia narrada en 1 Reyes 19, 1-18. [10] Éxodo 3ss. [11] Isaías 6, 1-13. [12] Hechos 9, 1-18 y par. [13] El del propio Elías, sin ir más lejos, lo que ha abierto siempre la puerta de la especulación, llegándose en algunos casos a afirmaciones aberrantes por lo fantasioso y lo fuera de lugar. [14] Las palabras de Elías cuando Eliseo se le acerca “Ve, vuelve, ¿qué te he hecho yo?” (1 Reyes 19, 20), que tienen para nosotros un sentido desconcertante, son de muy difícil comprensión. Otras versiones las vierten de maneras distintas: “Pues ¿qué te he hecho?” (BJ); “Yo no te lo impido” (BTI); “Pues ya ves lo que he hecho contigo” (NC); “¿Quién te lo impide? (NBE)”: “Yo no te lo voy a impedir” (NVI); “Pero recuerda lo que he hecho contigo” (DHH; TLA); etc. [15]Cf. lo dicho más arriba sobre la situación acomodada de la familia de Eliseo. [16] De manera muy especial en los países católicos romanos, como ha reflejado con creces la literatura. Ver, por ejemplo, las hijas monjas de Don Francisco de Asís Carraspique, personaje ilustre de la ciudad de Vetusta en La Regenta, obra de Leopoldo Alas “Clarín”; léase con atención el capítulo XII. [17] En el caso de los Apóstoles, el martirio. No fue así para Eliseo, cuya vida concluyó, aunque enfermo, en paz y con el reconocimiento de muchos en Israel, incluso del propio rey (2 Reyes 13, 14-21). [18] El paso milagroso del Jordán, por ejemplo, trasunto del narrado en Josué 3, 14-16. [19] Entrecomillamos aposta el término porque, hasta donde sabemos, Cristo nuestro Señor y los Apóstoles sentaron las bases de UNA iglesia, no de muchas. [20] Tal es, precisamente, una característica propia de las sectas.
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